El caso Léon Sadorski by Romain Slocombe

El caso Léon Sadorski by Romain Slocombe

autor:Romain Slocombe [Slocombe, Romain]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2016-08-25T00:00:00+00:00


21

UN DOMINGO EN EL BOSQUE DE BOULOGNE

—Ha progresado usted en idioma mío, señor Sadorski…

Ante el comentario del inspector Albers, Sadorski sonríe.

—Bueno, no exageremos. Pero su francés sí que ha mejorado. Por cierto, puede llamarme Léon.

El alemán asiente con una sonrisita satisfecha mientras echa una mirada al escote de Yvette.

—Ja, ja. De acuerdo… Léon. Mein Freund Léon —pronuncia «Leonn»—. Bien, entonces… llámenme Erich. Y yo a la señora la llamaré «Querida Yvette». Gut?

Sadorski se seca el sudor de la frente con el pañuelo. El calor del día anterior es ahora asfixiante, se nota que se acerca una tormenta. Como es un día especial, Yvette se ha puesto uno de sus vestidos de verano más bonitos, muy escotado, estampado con rosas rojas y grandes hojas verdes sobre fondo blanco, y la falda ahuecada, como dicta la moda. Lo bastante corta como para que se vea de vez en cuando el encaje de la combinación y hasta un fugaz y grato vislumbre de bragas blancas. Sadorski disfruta del panorama. Y el de la Gestapo a veces también. Sea como fuere, ambos contemplan con satisfacción las largas piernas de la esposa del policía francés, de muslos rellenos y tobillos finos. Por la mañana. Yvette les ha dado un tinte color «pan tostado» que compró en Robel y, con un pincelito, ha dibujado hábilmente una raya donde se supone que ha de estar la costura para que quede más realista. Lleva un par de zapatos nuevos con redecilla blanca y altos tacones de madera. Lo único que siente es que, como su marido le ha avisado demasiado tarde, no ha podido ir al peluquero y ha tenido que pasar toda la noche con la cabeza llena de bigudíes. Al inspector Albers le da lo mismo, parece estar encantado. Sadorski se dice que, si se piensa en la señora Albers, gorda y mal vestida, sin maquillar y que aparenta diez años más de los que tiene, no hay comparación posible con su nena.

A mediodía la pareja pasó a buscar al inspector Albers, como habían quedado, al Hotel des Deux Mondes, en la avenida de la Ópera. Sadorski y su señora fueron en metro. Tuvieron que esperar más de un cuarto de hora en el vestíbulo del hotel. Las mesitas auxiliares estaban llenas de revistas y periódicos teutones repletos de propaganda, dirigidos a la clientela de oficiales de la Wehrmacht o de las SS. Yvette parecía impresionada y observaba con interés a esos tipos altos y rubios, de uniforme negro o verdoso, con galones y detalles vistosos, y por lo general con un espléndido tipo ario. Se fijaba en todo: las dagas plateadas cuya vaina cuelga de una cadenita, las pistolas Parabellum en sus estuches negros lustrosos, las botas altas enceradas con mimo, las insignias con sus siniestras calaveras. De pronto, su marido tuvo la impresión de que se estaba excitando. Por suerte para él, que se aburre entre tanto sillón de cuero y tantas plantas, Sadorski comprueba que también hay muchos militares bajitos, gordos y feos.

Albers



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