El caballero Mauprat by George Sand

El caballero Mauprat by George Sand

autor:George Sand [Sand, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1837-01-01T00:00:00+00:00


XIV

Nuevamente me esperaban en el castillo días de prueba.

Mi tío volvió a plantear la cuestión en términos precisos.

—Bernardo —me dijo una noche— háblale francamente a tu prima, o, de lo contrario, supondré que eres tú quien quiere darle largas al asunto y que no deseas casarte con ella.

—Pero ¡si desde hace siete años que no deseo otra cosa!

Entonces expuse a Edmunda cuanto me dictaba mi pasión. Ella me oyó en silencio.

—Sólo he pedido un corto plazo —dijo a su padre—, y desearía que se cumpliese. Ya he dicho que no me casaré más que con Bernardo. Sin embargo, si a mi padre le desagradan estas dilaciones estoy pronta a obedecer.

—¡Vaya una manera de consentir! —exclamó el noble anciano—. Bernardo, yo soy muy viejo, pero te digo que no comprendo a las mujeres y que moriré sin haberlas entendido.

—Tío mío —le interrumpí—; me explico la repugnancia de mi prima, he merecido su desdén y no he de contrariarla más. Me marcho renunciando a toda esperanza.

—Ya ves lo que has hecho, hija mía —exclamó mi tío.

Edmunda me detuvo.

—¿Es así como pagas mi cariño? —me dijo—. ¿Quieres castigarme así por haberte servido de madre?

—Bernardo, cualquiera que sea el capricho de Edmunda no la abandones. Yo me voy ya, y no quisiera morir sin tener la seguridad de que hay un brazo que la defienda —exclamaba mi tío.

En un instante me fueron revelados todos los dolores de aquella familia desgraciada.

Juré no abandonarles nunca, ser el hermano de mi pobre prima, y si algún día un hombre de bien, más dichoso que yo, lograba merecer su elección, cumplir con el sagrado deber de protegerla, y al verlos unidos ir a morir en paz lejos de ellos.

—Comprendo mi deber —repetía yo entre angustiosas exclamaciones—. Edmunda no debe casarse conmigo. Esto sería aceptar el baldón que he atraído sobre ella. Seré su hermano ya que no puedo ser su esposo.

El anciano nos estrechó contra su corazón a Edmunda y a mí, confundiendo nuestras lágrimas.

—No pierdas, sin embargo, la esperanza de casarte con ella —me decía algunos instantes después.

—Tiene cosas muy raras, pero estoy persuadido de que te ama con toda su alma. Acaso no pueda explicarse todavía. La mujer quiere lo que Dios quiere.

—Y lo que quiera Edmunda lo querré yo también —le contesté.

Días después llegó el abate muy asombrado y me dijo:

—Tengo que comunicaros una extraña aventura. Paseaba por los bosques de Afiantes, y había llegado a la fuente de los Helechos cuando me encontré a un monje cuyo rostro se perdía bajo la sombra de una inmensa capucha.

Me dijo que era trapense y que estaba cumpliendo una penitencia que se había impuesto.

—No me pregunte usted ni mi nombre ni mi país —me advirtió—. Pertenezco a una familia ilustre que se avergonzaría si supiese que existo. Además, al entrar en la Trapa renunciamos al orgullo de la vida; morimos para el mundo y resucitamos en Jesucristo.

La humildad y el candor de aquel buen hombre —prosiguió el abate— me cautivaron de tal modo, que le he ofrecido volverlo a ver en el mismo sitio antes de que prosiga su peregrinación.



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