El caballero Destouches by Jules Amédée Barbey d’Aurevilly

El caballero Destouches by Jules Amédée Barbey d’Aurevilly

autor:Jules Amédée Barbey d’Aurevilly [Barbey d’Aurevilly, Jules Amédée]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1860-01-01T00:00:00+00:00


Pero ¡no ha retoñado! Todavía a estas horas le enseñarán a usted si quiere, en Avranches, el sitio donde combatieron los terribles cantores. En ese sitio no ha vuelto a brotar nunca la hierba; sin duda, la sangre que empapó el suelo quemaba lo bastante para secarlo.

Se hicieron firmes durante cerca de dos horas…, pero Cantilly tenía un brazo roto, La Varesnerie abierta la cabeza, Beaumont rotas las clavículas; casi todos los otros estaban más o menos heridos. Sin embargo, seguían en pie, con sus blusas, no ya blancas como por la mañana, sino salpicadas de sangre en lugar de harina. De repente cayó M. Jacques, en medio de un grito de júbilo de los aldeanos, electrizados, que creyeron haber concluido al fin con uno de esos tratantes del infierno, sólidos pilares que se podían moler a palos, pero que no había medio de derribar. M. Jacques no estaba herido siquiera. Mientras combatía había visto que el sol empezaba a bajar, que ya hería en la plaza de soslayo y que era hora de atender a Destouches uniéndose a Vinel-Aunis… En consecuencia, con la flexibilidad del gato montés se deslizó a rastras por entre las piernas de aquellos hombres, que apenas se cuidaban a la sazón sino de la esgrima terrible de sus puños, y como un nadador que desaparece en un punto del agua para reaparecer en otro, se encontró bastante lejos del campo de la escaramuza y en medio de una turba de gente más espantada que bélica. ¿Cómo pasó? Tiró el sombrerón, que le hubiese estorbado; pero ¿cómo no le reconocieron por la blusa ensangrentada? ¿Cómo no lo mataron y lo hicieron trizas? Jamás ha podido decirlo él mismo. No lo sabía, aunque parezca increíble. Pero usted ha hecho la guerra, barón, y en la guerra se ve todos los días lo increíble. ¡Fascinación del terror! Cuando se levantó, la multitud por donde había atravesado agazapándose empezó a huir, imitando a ese hombre que parecía huir también, y en medio del revoltijo pudo llegar a la prisión, donde Vinel-Royal-Aunis había debido preparar la evasión de Destouches. Pero al pie de la prisión encontró… a los azules.

—¡Sí, eran los azules!

Viendo que no podían avanzar ni maniobrar en la feria, atestada de gente, y donde, por otra parte, los remplazaban a maravilla los aldeanos del Avranchin, al primer grito de «¡Son los chuanes!» se dirigieron a la prisión a paso de carga, porque oficiales y soldados estaban ya seguros de que la batalla que se libraba en la plaza servía para secundar una tentativa de evasión de Destouches. Ahora bien: en la cárcel, si no ha olvidado usted su construcción, señor de Fierdrap, los azules encontraron herméticamente cerrada la pesada puerta de la especie de cuerpo moderno que ocupaba la Hocson, y como la nieta a quien Vinel-Aunis había tirado el taburete a las piernas para hacerla caer no decía una palabra, medio muerta de miedo ante la boca de la pistola de Vinel, y como dentro todo parecía



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