El bonobo y los diez mandamientos by Frans de Waal

El bonobo y los diez mandamientos by Frans de Waal

autor:Frans de Waal [Waal, Frans de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias naturales
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T00:00:00+00:00


En El juicio final, del Bosco, dos viejas brujas cocinan personas en un espetón y en una sartén. La visualización del tormento de los pecadores es mucho más efectiva que cualquier relato verbal. Nos relacionamos con los cuerpos humanos a un nivel subconsciente, sintiendo literalmente el calor de esta escena.

Es fácil ver cómo contribuyen las conexiones corporales a la empatía. Al hablar con una persona que está triste adoptamos una expresión igualmente apenada y una postura corporal de postración. Hasta podemos llorar con la otra persona. Por otro lado, cuando hablamos con una persona animada y risueña, pronto nos contagiará la risa y nos sentiremos contentos. Este contagio también funciona en los animales, aunque esta cuestión se ha estudiado poco debido al desafortunado tabú sobre las emociones animales. B. F. Skinner menospreciaba las emociones, en particular las animales, con el argumento de que «las “emociones” son ejemplos excelentes de las causas ficticias a las que solemos atribuir el comportamiento»[106]. La influencia de Skinner fue enorme (su escuela era como una religión), pero por fortuna está en las últimas. La investigación del cerebro ha conseguido deshacer el nudo gordiano del escepticismo hacia las emociones animales. Por ejemplo, la amígdala del cerebro humano se activa cuando vemos imágenes truculentas de heridas abiertas y violencia, no muy diferentes de las escenas del infierno del Bosco. La estimulación eléctrica de la misma amígdala en el cerebro de las ratas hace que huyan, defequen y se acurruquen en un rincón. Así pues, es difícil sustraerse a la conclusión de que ratas y personas comparten el mismo estado emocional en la misma parte del cerebro: el miedo. Aplicando esta lógica al amor, la alegría, la ira, etcétera, la moderna neurociencia explora libremente la vida emocional de los animales.

Nunca me ha atraído la visión de los animales como máquinas de estímulo-respuesta. Es tan empobrecedora que ni siquiera sé por dónde considerarla. El propio Skinner acabó cambiando de parecer, como ha explicado Temple Grandin, la experta en comportamiento animal conocida por su autismo. Cuando tenía dieciocho años, Grandin tuvo un encuentro con Skinner, que describe como bastante incómodo (sintió la necesidad de recordarle al profesor que no debía tocarle las piernas). Al comentario de que sería magnífico tener un mejor conocimiento del cerebro, Skinner replicó: «No necesitamos conocer el cerebro; tenemos el condicionamiento operante». Esta respuesta me parece de lo más chocante. ¿Por qué un científico desdeñaría el conocimiento sobre algo? ¿Acaso la ganancia de conocimiento no es siempre deseable? A menos, por supuesto, que represente una amenaza para una teoría favorita. ¿Sufría Skinner, como tantos científicos, de un sesgo de no confirmación? Dado lo mucho que tenían que ver sus propios problemas con el funcionamiento del cerebro, Grandin discrepó respetuosamente. No obstante, según explica, Skinner vio la luz hacia el final de su vida, cuando aprendió por experiencia propia que el condicionamiento no lo es todo. A una pregunta parecida sobre si el conocimiento del cerebro podría ser útil, esta vez Skinner respondió «Desde mi apoplejía, pienso que sí»[107].



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