El Blues Del Misisipi by Elmore Leonard

El Blues Del Misisipi by Elmore Leonard

autor:Elmore Leonard
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Novela Negra
ISBN: 9788466606578
editor: Ediciones B
publicado: 2002-10-14T16:00:00+00:00


15

Héctor Díaz llegó a Memphis procedente de Detroit, y Robert y Toro fueron a recogerlo. Bajó del avión vestido con un traje negro abotonado hasta el cuello. Parecía menos primitivo que Toro, pero no mucho. Era alto para ser mexicano, y le gustaba dárselas de interesante con sus gafas de sol, su pendiente en la oreja y el pelo recogido en una coleta de torero. Tiempo atrás había toreado en México D.F., pero no había conseguido dar el salto a España. Tendría unos sesenta años, veinte más que Toro. Como el vuelo había salido con retraso, estaba cansado de esperar en el aeropuerto de Detroit. Robert le dijo que se tumbara en el asiento trasero del Jaguar y se relajara.

En la carretera, Toro le dio a Héctor un Colt Navy que había sacado de la guantera para que se hiciera una idea de la clase de armas con que iban a jugar. Héctor le echó una ojeada, dio varias vueltas al tambor y apretó el percutor con el pulgar.

Robert miró por el retrovisor y dijo:

—Cuidado con lo que haces, tío. Está cargada.

Tras una espera de media hora, recogieron a Jerry delante del hotel. Salió con una chaqueta de gamuza negra. Iban los cuatro con ropa oscura —Robert, de marrón oscuro y Toro, con una chaqueta vaquera y un pañuelo negro—, porque Jerry decía que uno siempre se vestía de color oscuro cuando iba a hacerle frente a alguien; si iba con colores claros parecería un puto maricón. Toro se sentó detrás con Héctor para que Jerry fuese delante. Volvieron a tomar la 61 en dirección sur, llegaron a la salida de Dubbs, torcieron a la izquierda y entraron en el aparcamiento, delante del bar. Jerry dijo:

—¿Esto es?

El bar recordaba a un enorme establo medio abandonado, y no le impresionó mucho. El nombre, el Bichero, estaba pintado a lo largo de toda la fachada, delante de la cual había varios coches y camionetas aparcados en batería.

—Es un honky-tonk —explicó Robert—, el tipo de local sobre el que canta Loretta Lynn. —Pasó por delante de una plaza libre, dio marcha atrás y aparcó. Entonces le dijo a Héctor—: Quédate aquí y descansa, colega. ¿Sabes lo que quiero decir? Que me vigiles el coche.

Eran las diez pasadas, estaba oscuro, y las únicas luces que se veían en el campo eran las del bar.

Cuando salieron del coche, Toro y Robert se pusieron las gafas de sol. Robert le dijo a Jerry:

—Van a mirarnos de arriba abajo.

—¿Ah, sí? —exclamó Jerry.

—No le digas a nadie qué coño está mirando hasta que terminemos nuestros asuntos.

—¿Y también tengo que decir por favor y gracias y lavarme las manos después de mear? —dijo Jerry—. Anda, vamos.

Robert lo siguió y Toro fue detrás de ellos, guardándoles las espaldas. Cuando entraron al bar, sonaba country swing por los altavoces, pero en la pista no había nadie bailando. Robert vio en la barra y las mesas gente de la zona. Era un día laborable y no había muchos clientes. En el escenario



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