El baluarte fronterizo by Jesús Andrades Fernández

El baluarte fronterizo by Jesús Andrades Fernández

autor:Jesús Andrades Fernández [Andrades Fernández, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-09-30T16:00:00+00:00


* * *

Llovía. Lluvia fina, persistente. Había empezado una hora atrás. Todos sabían el engorro que suponía. Romanos y germanos. Frío dentro de las ropas, dificultades de visión, ropa más pesada al mojarse… Si había alguna ventaja, era para los romanos, pero castigaba por igual a los dos. ¿Condenaban los dioses el combate en ese día?

La batalla había comenzado. Proyectiles que chocaban contra germanos; guerreros de varios pueblos germánicos que intentaban escalar el muro; romanos defendiéndolo; un ariete de madera intentando derribar el portalón; flechas de un lado al otro del muro; gritos, lamentos, oraciones, vómitos, sangre… Todo junto, la locura se había apoderado por ambos bandos. De momento, los romanos, aunque sorprendidos ante el arrojo enemigo, aguantaban las posiciones.

No obstante, alguien, aunque estaba presente, se encontraba ajeno a todo lo que sucedía.

Valerio, como ido, tenía el semblante inexpresivo propio de un muerto. Se encontraba en la parte alta del muro, junto con sus hombres. Hacía dos días que tenía un ligero malestar, notando ahora calor, ahora un frío horrible. Fiebres que iban y venían. Muy oportunas. Llevaba un rato mirando al infinito, sin reaccionar, con el yelmo con su distintiva cresta transversal puesto, sin atar, y los brazos pegados al cuerpo. Sin desenvainar su gladius. Empezó a delirar, aunque nadie se percató: todos estaban absortos en lo que acontecía a pocos metros de él. Para Valerio, todo empezó a ir más despacio, los sonidos menguaron en intensidad y desapareció el malestar. Una extraña sensación de paz lo invadió. ¿Sería la muerte? La figura de una mujer salió de entre los legionarios que combatían con ardor. Lydia, con una túnica blanca, resplandecía en ese oscuro día del final del invierno, caminando lentamente, etérea. Su pelo ondulaba en el viento y se acercaba a él con una sonrisa en los labios. Él también sonrió.

—Mi amor, ¿qué haces aquí? —dijo ella con una voz vibrante y con fondo hueco. Solo se la oía a ella.

—Cumplir con mi deber. Luchar por Roma y morir defendiéndola.

—¿Crees que debes morir por ello?

—Es lo único que he conocido y siempre he creído. Es mi destino.

—Ese no es tu destino. Tu muerte no será aquí, ni ahora.

—¿Por qué estás aquí?

—Para guiarte. Vuelve y trae a los tuyos de vuelta a casa. El Dios supremo quiere devolverte al redil. Es un camino que debes tomar solo. Guíate por tu corazón, pero que sea tu cabeza quien mande.

—Pero…

—Se acabó el tiempo. ¡Vuelve!

Y ella le dio un empujón, muy fuerte, que lo hizo tambalearse. Pareció como si lo despertaran de un sueño de forma súbita. Respiraba acelerado, con dificultad y los ojos bien abiertos, algo espantados al ver el rostro de Vesper encendido, gritando. Sin embargo, no escuchaba otra cosa que no fuera el latido de su corazón y su entrecortada respiración. ¿Qué había pasado? ¿Serían las fiebres? ¿Una invitación de los dioses? ¿Una alucinación? En cualquier caso, se sentía despejado, con frío en su cuerpo, pero con un extraño calor interior. Tardó unos pocos segundos en reaccionar tras el fuerte empujón de Vesper.



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