El aznarato. El gobierno del Partido Popular by Javier Tusell

El aznarato. El gobierno del Partido Popular by Javier Tusell

autor:Javier Tusell
La lengua: spa
Format: epub
editor: Aguilar
publicado: 2016-11-02T16:00:00+00:00


CAPÍTULO III

Segunda legislatura.

En el cielo: hacia la derecha

EL PODER Y EL DESIERTO

Tras las elecciones del año 2000, nadie podía hablar de «amargas victorias o dulces derrotas». Este año, por sorpresa y sin la aureola milagrera de entonces, parecía el 1982 de la derecha española.

La victoria del PP era plena e irrebatible: no sólo tenía la mayoría absoluta del Congreso y del Senado, sino que había dejado en estado de anonadamiento completo a un PSOE que, tras los resultados de las precedentes elecciones municipales, había confiado en la victoria. Con el principal partido de la oposición descabezado y sin dirección, el Partido Popular pudo comprobar que tenía un desierto parlamentario enfrente. Ello se manifestó claramente en el debate de investidura. No sólo el PSOE se encontraba en tan penosa situación. Izquierda Unida, apremiada por las deudas, se vio obligada a despedir 39 de sus 62 empleados y no pudo renovar una veintena de contratos temporales más. Con tan sólo ocho diputados —frente a los 21 con que había contado—, ni siquiera dio imagen de unidad. Irónicamente, se llegó a sugerir que la formación que hizo bandera del «programa-programa-programa» sólo era capaz de debatir sobre «el reparto de la capa del padre de la idea». En octubre, Gaspar Llamazares derrotó a Francisco Frutos en la dirección de este grupo político por un solo voto, de modo que se vio obligado a pactar con el vencido y con otro grupo crítico. Aznar tampoco iba a encontrar especiales dificultades entre los nacionalistas: al margen de los vascos, los catalanes y los canarios dependían del apoyo del PP para mantener la estabilidad en sus propios gobiernos regionales. El presidente optó, hábilmente, por instar a CiU y CC a asumir puntos claves del programa popular y a colaborar con él, pero desde su programa. El gesto se dirigía más a un espacio del electorado que a esas tendencias políticas.

José María Aznar no ocultó su satisfacción en público, tanto más cuanto que casi nadie había previsto una victoria tan abrumadora. (Quizá lo fue, precisamente, porque nadie lo había intuido). El propio Mariano Rajoy, director de la campaña, reconoció que no se habían planteado la obtención de la mayoría absoluta. Prudente fue su afirmación de que «nadie es de nadie», aludiendo a ciertas interpretaciones según las cuales el Partido Popular había vencido con el voto «prestado» de otros sectores ideológicos. En realidad, si se hubiera tenido en cuenta tan sólo el número de votos y la comparación con el resto de los países europeos, resultaría que España era el único país del continente en que siempre se habían formado gobiernos de un solo partido y éste no representaba a la mayor parte de la población. En el año 2000, el 56 por ciento de los votantes eligió papeletas de otros partidos; sólo con el apoyo de CiU y CC, que confirmaron la investidura de Aznar, el partido mayoritario rozaría el 50 por ciento de representatividad popular real.

La mayoría absoluta no era, pues, un cheque en blanco. Pero podía entenderse como tal.



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