El atentado by Yasmina Khadra

El atentado by Yasmina Khadra

autor:Yasmina Khadra [Khadra, Yasmina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T05:00:00+00:00


XI

Kim corre hacia la puerta cuando oye el timbre. Me abre a la carrera, sin preguntar quién es.

—¡Dios santo! —exclama—. ¿Dónde te has metido?

Se asegura de que estoy entero, de que ni mi ropa ni mi cara llevan señales de violencia, y me enseña sus dedos:

—¡Bravo! Gracias a ti he vuelto a mi antigua costumbre de comerme las uñas.

—No encontré taxi en Belén y, por miedo a los controles policiales, ningún clandestino se ha ofrecido a llevarme.

—Podías haberme llamado. Habría ido a buscarte.

—No habrías sabido llegar. Belén es un laberinto. Al anochecer hay una especie de toque de queda. No sabía dónde citarte.

—Bueno —dice apartándose para dejarme pasar—, estás entero: algo es algo.

Ha instalado una mesa en la galería y la ha preparado para la cena.

—He hecho algunas compras durante tu ausencia. Espero que no hayas cenado, pues te he preparado un pequeño festín.

—Estoy muerto de hambre.

—Gran noticia —dice.

—He sudado mucho hoy.

—Ya me lo imagino… El cuarto de baño está listo.

Voy a mi habitación en busca de la bolsa de aseo.

Me quedo unos veinte minutos bajo el chorro ardiente de la ducha, las manos apoyadas en la pared, la espalda encorvada y la barbilla pegada al cuello. El chorreo del agua por mi piel me relaja. Siento cómo se me relajan los músculos y el aliento. Kim me alcanza un albornoz tras la cortina. Su excesivo pudor me hace gracia. Me seco en una toalla grande, me froto con fuerza brazos y piernas, me pongo el albornoz demasiado ancho de Benjamin y me dirijo a la galería.

Apenas estamos sentados, llaman a la puerta. Kim y yo nos miramos, intrigados.

—¿Esperas a alguien? —le pregunto.

—No que yo sepa —contesta yendo hacia la puerta.

Un hombre grande con kipá y camiseta casi empuja a Kim para entrar. Echa una rápida ojeada por encima de su cabeza, me mira y dice:

—Soy el vecino del 38. He visto la luz, así que he venido a ver a Benjamin.

—Benjamin no está aquí —le suelta Kim, irritada por su descaro—. Soy su hermana, la doctora Kim Yehuda.

—¿Su hermana? Jamás la he visto.

—Pues ya me está viendo.

Asiente con la cabeza y dirige su mirada hacia mí.

—Pues… espero no haberles molestado.

—No se preocupe.

Se lleva un dedo a la sien a modo de saludo y se retira. Kim sale para verlo irse antes de cerrar la puerta.

—Menudo caradura —refunfuña regresando a la mesa.

Nos ponemos a cenar. A nuestro alrededor se acentúan los estridores de la noche. Una enorme falena gira enloquecida alrededor de la bombilla colgada de la fachada de la casa. En el cielo, donde tantos sueños se diluyeron antaño, el creciente de la luna se cubre con una nube. Por encima de la tapia, se pueden ver las luces de Jerusalén, con sus minaretes y el campanario de sus iglesias, hoy descuartizados por ese muro sacrílego, miserable y feo, producto de la inconsistencia de los hombres y de sus recalcitrantes cabronadas. Y sin embargo, a pesar de la afrenta de ese muro de todas las discordias, la desfigurada Jerusalén no se da por vencida.



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