El asesino de mentes by Spider Robinson

El asesino de mentes by Spider Robinson

autor:Spider Robinson
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción
publicado: 1983-08-09T22:00:00+00:00


La alarma no sonó. La borrachera osciló entre normal y clásica. No pude encontrar una música que la suavizara. Al fin me rendí y tomé aspirina. Acallé el dolor de cabeza y aumentó la sensación de náuseas. Hice que el sillón me diera masaje al cuello casi una hora, y cuanto recobré poco a poco la fuerza, me sirvió para agitarme de nuevo. Al cabo de un rato me di cuenta de que durante los últimos diez minutos había estado componiendo variaciones sobre la expresión «pelo de perro». Pelusa de cachorro, piel de perro cruzado, felpudo de perro faldero, toupé du chien. Solté una imprecación y salí a dar un paseo. Sabía que no bebería entre extraños, y quería ver a alguien, de la misma manera que otros, alguna vez, sienten deseos de ir al zoo.

Encontré signos y maravillas en las calles, cosas extrañas y distintas. Vi a un hombre con una pierna que paseaba a un perro con tres. Vi a dos mujeres bailando juntas en el techo de una camioneta; curiosamente, ninguna de las dos parecía pasarlo bien. Pasé al lado de tres muchachos vestidos con prendas de cuero, las mejillas tatuadas y las narices perforadas por imperdibles, el mayor de los cuales quizá tendría catorce años. (Esta es la primera generación de «delincuentes juveniles» cuyo rechazo de la sociedad es irrevocable. No pueden cambiar de idea cuando se hacen mayores. Será interesante ver qué tal les va.) Vi a un macarra que suministraba cocaína a su rubia perrita perdiguera. En una calle empinada vi una anciana regordeta toda vestida de negro y con un pañolón en la cabeza, que se detuvo en la acera contraria, suspiró, se puso en cuclillas y empezó a orinar copiosamente. Un gran charco se acumuló a sus pies y fue bajando por la pendiente. Me quedé paralizado, como si estuviera ante alguna revelación religiosa personal, sólo a mí concedida. ¿Acaso les tenía por completo sin cuidado a los demás transeúntes? No, la verdad era que no la veían. La gente se hacía a un lado, evitando el riachuelo, sin percibirlo. Los pelos de la nuca se me erizaron, y me latió la cabeza. La anciana orinó durante todo un minuto. Cuando el chorro cesó, se enderezó, suspiró de nuevo y siguió andando cuesta arriba, dejando en el suelo húmedas huellas de pies ortopédicos. Pocos minutos después, salí de mi trance y seguí mi camino.

Pasé junto a una pelea de gallos en la acera; observé que los participantes apostaban dólares viejos. Pasé ante un callejón donde una puta joven estaba arrodillada delante de un policía, pagándole su prima semanal de seguros. El policía consultaba su reloj. Pasé ante seis casas de empeño en hilera, la sede de un partido político y cuatro sexshops una al lado de otra. Doblé una esquina y casi tropecé con un adicto a la estimulación cerebral eléctrica que estaba sentado en la acera, frente a una ferretería.

Era un adicto reciente: el pelo aún no le había crecido alrededor



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