El asesinato de Rogelio Ackroyd by Agatha Christie

El asesinato de Rogelio Ackroyd by Agatha Christie

autor:Agatha Christie [Christie, Agatha]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1926-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo XIII

LA PLUMA DE OCA

Aquella noche, después de cenar, fui a casa de Poirot a instancias suyas. Caroline me vio alejarme con contrariedad. Creo que le hubiera gustado acompañarme.

Poirot me recibió con mucha cordialidad. Había una botella de whisky irlandés —que detesto— en una mesita, junto con un sifón y un vaso. Él bebía chocolate caliente. Más tarde descubrí que se trataba de su bebida favorita.

Me preguntó cortésmente por mi hermana, afirmando que era una mujer muy interesante.

—Temo que le haya usted hecho subir los humos a la cabeza —dije con brusquedad—. Me refiero al domingo por la tarde.

Se echó a reír alegremente.

—Me gusta siempre recurrir a los expertos —observó sin matizar sus palabras.

—Se habrá enterado usted de todas las habladurías del pueblo. De lo cierto y de lo falso.

—Y de unas informaciones valiosísimas —añadió tranquilamente.

—¿Qué son?

Poirot meneó la cabeza.

—¿Por qué no me dijo usted la verdad? En un pueblo como éste, las andanzas de Ralph Paton acabarían por saberse. Si su hermana no hubiera atravesado el bosque aquel día, otra persona lo hubiera hecho.

—Es probable —admití—, pero ¿a qué demostrar tanto interés por mis enfermos?

Poirot se sonrió levemente.

—Sólo por uno de ellos, doctor, sólo por uno.

—¿El último?

—Miss Russell es una persona muy interesante —replicó, evasivo.

—¿Está usted de acuerdo con mi hermana y con miss Ackroyd en que nos esconde algo?

—¿Eso dicen?

—¿Acaso no se lo dio a entender mi hermana?

—C’est possible!

—No tiene motivo en qué fundarse.

—Les femmes —generalizó Poirot— son unos seres maravillosos. Inventan, se dejan llevar de su fantasía y milagrosamente aciertan la verdad. Las mujeres observan de un modo inconsciente mil detalles íntimos, sin saber lo que hacen. Sus subconscientes añaden esas cositas unas a las otras y a eso le llaman intuición. Yo tengo mucha experiencia en psicología. Conozco bien todo eso.

Sacó el pecho con aire de importancia y su aspecto era tan ridículo que me costó un gran esfuerzo no echarme a reír.

Bebió un trago de chocolate y se secó cuidadosamente el bigote.

—Quisiera que usted me dijera lo que piensa en realidad —exclamé de pronto.

Poirot dejó su taza en la mesa.

—¿Lo desea usted?

—Sí.

—Usted ha visto lo mismo que yo. Nuestros razonamientos deberían coincidir.

—Temo que se burla de mí —dije secamente—. No tengo experiencia en esos asuntos.

Poirot me miró con indulgencia.

—Usted se parece al niño que quiere saber cómo funcionan las máquinas. Quiere contemplar el asunto, no en calidad de médico de familia, sino con el ojo de un detective muy experimentado y que no siente cariño por nadie, para quien todos son extraños e igualmente sospechosos.

—Lo dice usted de un modo acertado.

—Voy a ofrecerle un pequeño discurso. Lo más importante es obtener un relato exacto de lo que ocurrió aquella noche teniendo siempre en cuenta que la persona que habla quizá mienta.

Enarqué las cejas.

—¡Ésa es una actitud sumamente desconfiada!

—Pero necesaria, se lo aseguro. Ante todo, el doctor Sheppard sale de la casa a las nueve menos diez. ¿Cómo lo sé?

—Porque yo se lo he dicho.

—Sin embargo, usted puede disfrazar la verdad, o su reloj quizá no funcione con exactitud.



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