El árbol de la saliva by Brian W. Aldiss

El árbol de la saliva by Brian W. Aldiss

autor:Brian W. Aldiss [Aldiss, Brian W.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia Ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1976-12-31T23:00:00+00:00


EL DÍA FATÍDICO

The Day of the Doomed King (1965)

La iglesia parecía acercarse apenas entre sus párpados semicerrados, aunque ya estaban llegando a ella. El estío y la herida del pecho le causaban vértigos. En el momento de desmontar, las grandes margaritas abiertas entre el pasto crecido le dieron la sensación de caminar por un cielo estrellado. Le era imposible recuperar la noción de las perspectivas.

Un sacerdote se acercó apresuradamente a ellos, con un lujosa manto echado sobre el hábito. Él oyó entonces la voz de Jovann que explicaba:

—Es el rey Vukasan; está malherido. Preparadle un lecho para que descanse.

El rey murmuró, apoyado contra el flanco de su cabalgadura:

—Debemos llegar a Sveti Andrej y advertirles que deben armarse para luchar contra los turcos.

Y entonces las margaritas, el cielo y las sombras moteadas ondularon como un pendón; vio muy de cerca su estribo de plata, y en seguida la negrura se cerró en torno de él.

Cuando recuperó la conciencia se sentía algo mejor. Estaba tendido en un camastro, dentro de una celda fresca; también tenía la cabeza más despejada. Consiguió erguirse sobre un codo y afirmó:

—Ahora estoy en condiciones de proseguir viaje hasta los dominios de mis deudos, los de Sveti Andrej.

Jovann y el viejo sacerdote de negro estaban a su lado, sonriendo con ansiedad.

—Señor y rey mío —dijo el sacerdote—, habéis sufrido grave daño; debéis permanecer aquí hasta que tengáis fuerzas para soportar el resto del viaje.

Sentía la boca seca y rígida, pero replicó:

—Ayer, sacerdote, libré una batalla contra los musulmanes y sus filosas cimitarras. Luchamos desde el alba hasta el anochecer, y el río Babuna se tiñó con su sangre y la nuestra. El valor no repara en cifras, bien lo sé, pero éramos una espada contra seis de ellos; así perecieron al fin todos mis soldados. Mis primos, los de Andrej, deben recibir aviso, a fin de estar preparados para la batalla, y sólo hemos sobrevivido mi general Jovann y yo para advertirles. Véndame la herida y déjame seguir la marcha.

Jovann y el sacerdote mantuvieron una conversación aparte. Primero fue el bigote de Jovann contra la velluda oreja del prelado; después, la barba de éste contra la oreja del general. Al fin Jovann se acercó al rey y se arrodilló junto al lecho para tomarle la mano.

—Mi señor, aunque no hayamos batido al vil musulmán, al menos lo hemos demorado. También él tiene heridas que restañar. La urgencia, por tanto, está en vos y no en la situación. Ahora es intenso el calor a mediodía. Descansad, tomad un poco de sopa y descansad; más tarde proseguiremos el viaje. Debo cuidar de vos, sin olvidar que sois de la casa de Nemanija y que vuestras heridas sangran autoridad.

Y el rey se dejó persuadir. Le trajeron una sopa ligera y una trucha pescada en el lago vecino, junto con una jarra de vino. Después lo dejaron a solas para que descansara.

Apenas pudo comer un bocado de la trucha. La herida le era indiferente, pero se sentía enfermo por dentro a causa



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