El último juramento by Freya Marske

El último juramento by Freya Marske

autor:Freya Marske [Marske, Freya]
La lengua: spa
Format: epub, azw3
Tags: Juvenile Fiction, General, Action & Adventure
ISBN: 9786313000142
editor: VRYA
publicado: 2023-07-02T22:00:00+00:00


Capítulo 15

Cuando el médico se marchó, ya casi era hora de la cena, y la idea de conducir de regreso a Penhallick a oscuras era algo que ni Robin ni Edwin querían enfrentar. El personal de la casa se ofreció a prepararles habitaciones para que pasaran la noche.

–Sería más fácil si nos quedáramos. Sería muy difícil explicar en una posada cercana por qué lucimos como si nos hubieran arrastrado a caballo por un lodazal.

–Podrías mostrarle tu tarjeta personal –replicó Edwin, pero salió en un murmullo desde un rincón de su mente, sin intención. Era un manojo de dolor, cansancio y náuseas persistentes; se sentía a la vez vacío de magia y como si otra magia ajena lo presionara, insistente y ávida de ser reconocida. Nunca había sentido algo así y prefería huir de eso. Deseaba atravesar la línea de árboles en el sentido contrario y ser normal otra vez. Tenía la sensación irracional de que, si pasaba la noche en Cabaña Sutton, despertaría envuelto en el empapelado. Pero Robin lucía tan cansado como él. Además, la parte de él que logró hacerse escuchar debajo del miedo le decía que había hecho un juramento, por más que hubiera sido impulsivo, y que abandonar la tierra antes de que el sol se pusiera sobre el juramento sería… ¿grosero? ¿Poco diplomático?

No consagrado. Las palabras ascendieron y brillaron sobre las olas de su agotamiento.

–¿Señor Courcey? –La señora Greengage se mantenía firme, sin indicios respecto a si preferiría darle la bienvenida al nuevo dueño inesperado o arrastrarlo de las orejas.

–Nos quedaremos, gracias –afirmó él.

–Nos disculpamos por la molestia, sumada a toda la conmoción que han pasado el día de hoy –agregó Robin, en un tono mucho más cálido del que Edwin había logrado conferir–. Indíquenos dónde no interferiríamos con ustedes.

Los ubicaron en una sala de estar pequeña, donde hacía frío porque las cortinas estaban cerradas, para evitar que el sol destiñera los tapices y las pinturas que Robin se dispuso a inspeccionar de inmediato.

Edwin se sentó en un sofá y descansó la cabeza en las manos. Robin debió haber sido el que recibiera una propiedad inesperada. Él necesitaba dinero, no Edwin. Él sabía cómo ser agradable con las personas, cómo hacerlas sentirse queridas. Mientras que Edwin tenía suerte si recordaba saludar a sus conocidos con la cabeza al verlos en la calle.

La cena fue silenciosa, preparada en un esfuerzo heroico por adaptar las provisiones dispuestas para una mujer mayor al paladar de dos hombres jóvenes. Luego, los llevaron a las habitaciones, donde el aire con olor a humedad y algo sorprendido daba la sensación de que acababan de remover las fundas de los muebles.

Edwin vertió agua del aguamanil en la jofaina, se salpicó un poco el rostro, se peinó el cabello hacia atrás y observó inexpresivo el rostro en el espejo del tocador, surcado por marcas rojas. El tono rojo oscuro del salto de cama de seda tramada no favorecía en absoluto a su piel pálida. Se habían llevado su ropa para lavarla y remendarla; la había usado para la cena, pues no tenía nada apropiado para cambiarse.



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