El último cielo perdido by Marcos Nieto Pallarés

El último cielo perdido by Marcos Nieto Pallarés

autor:Marcos Nieto Pallarés [Nieto Pallarés, Marcos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-01T00:00:00+00:00


La llamada

Estaba convencida de que mi predecesor había ignorado asuntos turbios en el pasado. Su frase de despedida me dio a entender que años atrás alguien le puso los huevos por corbata. La cuestión era: ¿quién pudo forzarlo a incumplir su juramento? Lo primero que me vino a la mente fueron los culpables de las desapariciones de Sofía y Laura Portman en 1999 y de Peter Morrison en 2001. No obstante, me negaba a considerar a Morgan, un hombre que me había ayudado tanto, capaz de ocultar información sobre delitos tan graves. No tenía pruebas de su posible cohecho, solo una frase lapidaria cubierta de contingencias. Pero estaba decidida a conseguirlas. Como que me llamaba Sandra Leigh Waterston, resolvería los crímenes que se habían cometido en Heaven Lost.

Llamé a Jonny por radio nada más entrar en el coche.

—¿Cómo lo llevas, Jonny?

—Lo tengo casi listo.

—¿Ya?

—Es que no era tanto como parecía. En el armario, por ejemplo, solo he encontrado una escoba y un recogedor, y lo demás, bueno, dejando aparte el archivador y lo que había encima de la mesa, podría decirse que estaba limpio. En fin. El mapa he decidido dejarlo donde está, si a usted le parece bien. Precintaré ambas puertas, la del sótano y la de entrada. Supongo que, en una hora, más o menos, lo tendrá todo ordenadito sobre la mesa de pruebas.

—Excelente. Y sí, no toques el mapa, que es lo más delicado. Si llegas a la oficina antes que yo, dile a Lara que averigüe quién puso la luz del sótano; alguien tiene que estar pagando las facturas.

—Me juego lo que quiera a que una empresa fantasma, o hay paneles solares ocultos en el tejado.

—Ya veremos.

—Hasta luego, jefa.

—Hasta después.

La ‘mesa de pruebas’ a la que se refirió Jonny no era otra cosa que un tablero horizontal sostenido por cuatro patas sobre el que poníamos para su estudio los objetos relacionados con los casos que investigábamos. Tildarlos de «casos», no obstante, podía resultar un poco «venirse arriba». Pero de algún modo teníamos que llamarlos. Nuestro trabajo solía consistir en estudiar denuncias por ruidos, riñas entre vecinos, peleas en bares, y algún que otro allanamiento.

Abandoné la casa de Morgan Read sintiéndome agotada, tanto moral como físicamente.

«Me he ganado unos minutos de descanso».

Decidí pasar por la cafetería de Rose de camino a la oficina para tomarme un capuchino y, de paso, como quien no quiere la cosa, preguntarle sobre pirámides construidas por la zona, secuestros de niños y lugareños que hubieran pertenecido a las Panteras Negras. Después, a buen recaudo en mis dependencias, y como colofón a un día de perros, trataría de poner orden al caos de posibilidades que rondaban mi cabeza.

Rose no pudo ayudarme, más allá de calmar mis ánimos con una bebida caliente. Llegué a la oficina cuando faltaban ocho minutos para que dieran las siete.

«Treinta días como este y me quedo hecha una sílfide», cavilé mientras empujaba la puerta de cristal rotulada con mi número de móvil y el de mis ayudantes.

—Hola, Lara.

—Hola, jefa —me saludó desde detrás del mostrador.



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