El Ángel caído by Nalini Singh

El Ángel caído by Nalini Singh

autor:Nalini Singh
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico, Romántico
publicado: 2009-01-01T00:00:00+00:00


23

—¿Uram? —preguntó Elena, que intentaba no pensar en la repugnante «entrega» que Rafael acababa de describir—. ¿Él está...?

—Después —la interrumpió Rafael al tiempo que hacía un gesto tajante con la mano—. Primero iremos al lugar para ver si puedes rastrearlo.

—Es un arcángel. Yo percibo la esencia de los vampiros —señaló por lo que le pareció la millonésima vez, pero ni el arcángel ni el vampiro la escuchaban.

—Ya he arreglado la cuestión del transporte —dijo Dmitri, y a Elena le dio la sensación de que aquella frase transmitía más información de la que dejaban ver las palabras.

Rafael negó con la cabeza.

—Yo la llevaré. Cuanto más esperemos, más se disipará la esencia. —Extendió una mano—. Vamos, Elena.

Ella no discutió. Se moría de curiosidad.

—Vamos.

Y así fue como se encontró acurrucada contra el pecho de Rafael mientras él la llevaba volando hasta un almacén abandonado situado en una extraña parte de Brooklyn. Mantuvo los ojos cerrados durante la mayoría del trayecto, ya que Rafael utilizó aquella capacidad suya de hacerse invisible, y en aquella ocasión la extendió para cubrirla a ella también. Le provocaba náuseas no ser capaz de verse a sí misma.

—¿Lo sientes? —preguntó él mientras la ayudaba a ponerse en pie, momentos después de aterrizar sobre una zona polvorienta salpicada de hierba.

Elena respiró hondo y percibió una afluencia de aromas.

—Demasiados vampiros. Eso hará más difícil distinguir los aromas. —No veía ni a un solo vampiro, no veía a ningún tipo de criatura, pero sabía que estaban allí... aunque aquel era uno de esos lugares en los que nadie querría acabar.

La cerca de malla que había a ambos lados estaba llena de agujeros, los edificios se hallaban cuajados de pintadas y la hierba, muy descuidada. El lugar estaba impregnado de una sensación de abandono, aunque revestido del hedor de basura podrida... y de algo incluso más asqueroso. Elena tragó saliva para quitarse el sabor amargo de la boca.

—Está bien. Muéstramelo.

Él señaló el almacén que había frente a ella con un gesto de la cabeza.

—Dentro.

La enorme puerta del edificio se abrió, aunque Rafael había hablado en voz baja. Elena se cuestionó si podía comunicarse con todos sus vampiros mentalmente. Sin embargo, no se lo preguntó a Rafael. No pudo hacerlo, ya que el aroma de la basura, del abandono, fue superado de repente por un repulsivo hedor.

A sangre.

A muerte.

El fétido miasma de los fluidos corporales derramados en un espacio mal ventilado.

Las náuseas se le atascaron en la garganta.

—Creí que nunca diría esto, pero desearía que Dmitri estuviera aquí. —En aquellos instantes, habría agradecido su seductora esencia. Una ráfaga de un aroma limpio, fresco y lluvioso la asaltó justo después de aquel pensamiento. Lo absorbió cuanto pudo, pero después sacudió la cabeza—. No. No puedo permitirme pasar por alto alguna pista. Aunque te lo agradezco. —Dejó de titubear y se dirigió hacia el horror.

El almacén era gigantesco, y la única luz procedía de las estrechas ventanas situadas en la parte superior de los muros. Su cerebro no logró comprender la penetrante claridad de aquella luz hasta que oyó los crujidos de los cristales bajo sus pies.



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