El Afgano by Frederick Forsyth

El Afgano by Frederick Forsyth

autor:Frederick Forsyth [Forsyth, Frederick]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Espionaje y Acción
ISBN: 9788483465530
editor: Unknown
publicado: 2009-12-11T23:00:00+00:00


—Saludos, hermano. El baluchi le correspondió, si bien con cierto recelo.

—¿Por casualidad te diriges al sur, a la frontera y Spin Boldak? Si el hombre se encontraba en el camino de vuelta a Pakistán, la pequeña ciudad fronteriza situada al sur de Kandahar sería el punto por donde cruzaría. Para entonces, Martin sabía ya que habían puesto precio a su cabeza. Tendría que eludir los controles fronterizos a pie.

—Con la ayuda de Alá —contestó el baluchi.

—En tal caso, en nombre del Siempre Misericordioso, ¿dejarías ir contigo a un pobre hombre que solo intenta volver a casa para reunirse con su familia?

El baluchi se quedó pensativo. Su primo solía acompañarlo en los trayectos largos como aquel, hasta Kabul, pero estaba enfermo en Karachi. Había conducido solo en ese viaje y la experiencia había resultado agotadora.

—¿Sabes conducir uno de estos? —preguntó.

—Sí, claro, llevo muchos años haciéndolo.

Pusieron rumbo al sur y condujeron guardando un silencio cordial y con la compañía de la música pop oriental que salía de una radio de plástico apoyada contra el salpicadero. El aparato chirriaba y silbaba, pero Martin no estaba seguro de si el motivo era la electricidad estática o la mala sintonía.

El día se consumía. Cruzaron Ghazm resoplando y prosiguieron hacia Kandahar. Hicieron un alto en el camino para tomar té y comer algo, el habitual arroz con cabrito, y aprovecharon para repostar. Martin pagó parte del combustible con su fajo de afgam'es y el baluchi se tornó mucho más amigable.

Aunque Martin no hablaba urdu ni aquel dialecto baluchi y el hombre de Karachi solo chapurreaba el pastún, con el lenguaje de signos y algo de árabe coránico se entendieron bien.

Pararon una vez más para pernoctar al norte de Kandahar, pues el baluchi era reacio a conducir de noche. Estaban en la provincia de Zabol, una región agreste habitada por hombres agrestes. Era más seguro conducir a la luz del día con centenares de camiones delante y detrás, e incluso más aún en dirección al norte. Los bandidos preferían la noche.

En el extrarradio septentrional de Kandahar, Martin dijo necesitar una cabezada y se acurrucó en el espacio que quedaba detrás de los asientos, que el baluchi utilizaba a modo de cama. Kandahar había sido sede y bastión de los talibanes, y Martin quería que los talibanes no reformados creyeran que se había encontrado con un viejo amigo que pasaba por allí en su camión.

Al sur de Kandahar el baluchi le cedió de nuevo el volante. Era ya media tarde cuando llegaron a Spin Boldak; Martin dijo que vivía al norte, en las afueras, brindó a su huésped unas gratas palabras de despedida y se apeó a varios kilómetros del control fronterizo.

Dado que el baluchi no hablaba pastún, había mantenido sintonizada una emisora de música pop y en ningún momento había oído las noticias. Frunció el ceño cuando, al llegar a la frontera, vio que las colas eran más largas de lo habitual. Finalmente le llegó el turno, le mostraron una fotografía. El rostro de un taiibán con barba negra lo miraba de frente.



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