El abismo en el espejo by Rodolfo Martínez

El abismo en el espejo by Rodolfo Martínez

autor:Rodolfo Martínez
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 2015-03-31T22:00:00+00:00


Lo que siguió no fue ninguna maravilla. Mario se mostró torpe e impaciente, aunque había cierta ternura, cierto desvalimiento agradable en su torpeza. Acabó demasiado rápido y se dio perfecta cuenta de que ella no había tenido un orgasmo.

—Lo siento.

—No pasa nada.

Y era cierto. No pasaba nada. No había sido tan malo, y al menos había averiguado lo más importante, si a él le importaba el placer de ella tanto como el suyo propio.

—Llevabas tiempo sin hacerlo, ¿no?

Al principio, el pareció reacio a responder, pero terminó encogiéndose de hombros y diciendo:

—No mucho. Poca cosa. Sólo unos cuantos años; más o menos desde la última vez que los dinosaurios recorrieron la Tierra persiguiendo a Raquel Welch, millón de años arriba, millón de años abajo.

Isabel se preguntó si aquella frase estúpida era el modo que tenía Mario de confesar su virginidad. Lo miró a los ojos y lo que vio en ellos confirmó sus sospechas. Mario asintió, nervioso, y luego dijo:

—En fin. Ya sabes que estas cosas mejoran con la práctica.

Isabel reprimió una sonrisa.

—Y esperas tener mucha a mi costa, ¿verdad? —preguntó.

Él se encogió de hombros.

—Bueno. Haremos lo que podamos, ¿no crees? —dijo.

Ella no respondió. Lo cierto es que se encontraba demasiado cómoda para hablar. En aquellos momentos apenas se acordaba de Corzo, de la historia que Mario le había contado menos de una hora antes, de aquel terrible universo que los rodeaba y parecía lleno de coincidencias imposibles y casualidades extremas. Lo único que le importaba ahora era el cuerpo cálido de él junto al suyo, sus brazos alrededor de su espalda, su barbilla apoyada en su frente. Poco a poco, el sueño fue venciéndola, y aquello sí que era una experiencia nueva, porque siempre le había costado dormirse, especialmente cuando no estaba sola.

—¿Sabes una cosa, doctorcita? —dijo él de pronto, sacándola de aquel sopor.

—Dime.

—Creo que te quiero.

—¿Ah, sí? Bueno, ven a verme cuando estés seguro.

—Bueno, eso puede llevar su tiempo. Soy una persona básicamente indecisa. En realidad no supe muy bien si decidirme por la informática o por la violación de caniches hasta el último momento.

—Eres un payaso.

—Sí, pero soy tu payaso.

—Eso espero.



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