Dulce sabor de sangre (2ª Ed.) by Burton Hare

Dulce sabor de sangre (2ª Ed.) by Burton Hare

autor:Burton Hare
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Novela, Policial
publicado: 1980-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO IX

El teléfono rompió el silencio de la cabaña, despertando al hombre que yacía sumido en una suerte de estupor producida por el dolor, la frustración y los calmantes que había ingerido.

Tardó un poco en reaccionar. Quizá ni siquiera estaba seguro de si estaba vivo o muerto. Llevaba un tosco vendaje en torno a la cabeza, y en el pecho, desnudo, otras vendas improvisadas habían empapado una buena cantidad de sangre.

Al fin, alargó la mano y atrapó el auricular.

—Hable —refunfuñó.

—Sé que ha retirado el sobre con el dinero.

La voz era ronca, reflejando la ira del que hablaba.

—Sí —dijo.

—Pero no hizo el trabajo. Ese ensucia cuartillas sigue vivo.

—Esta vez salió mal.

—Usted Cobró para que saliera bien.

—No me atosigue. La próxima vez las cosas serán distintas. Ese maldito… por poco no me mató él a mí. Pero va a pagarlo.

—¿Cuándo?

—Ya se enterará usted. ¿Eso es todo?

—¡No, maldita sea! Es preciso que lo haga cuanto antes. Ese tipo está moviéndose demasiado y puede ser muy peligroso.

—Pronto dejará de serlo. Y ahora déjeme en paz.

—¡Espere un minuto! Hay otro trabajo para usted cuando haya acabado con el reportero.

—Empiezo a cansarme de todo esto.

—Lo hará usted, Hud, Será el último y la paga le interesará. El doble que hasta ahora.

—Está bien, hábleme de eso.

—Cada cosa a su tiempo. Primero Gray. Después volveré a llamarle y habremos terminado.

Sonó un chasquido y la comunicación se cortó.

El hombre tendido en la cama devolvió el auricular al soporte y cerró los ojos.

La cabeza le dolía como el infierno. Y la profunda herida en el pecho, allí donde se habían hundido las afiladas aristas del cristal, era como una llama que le recordara con su dolor el fracaso que estuvo a punto de costarle la vida.

Aunque, después de todo, quizá lo que en realidad le doliera con aquel fuego inquietante fuera el alma.

* * *

Steve acababa de llenar un vaso con los restos de la botella cuando sonó el timbre de la puerta.

Permaneció un instante quieto, con el vaso en la mano. El timbre zumbó otra vez.

Abandonó el vaso y abrió un cajón de la mesa de trabajo. Sacó un achatado revólver y dio un vistazo a las cabezas de las balas que llenaban el tambor. Luego, rezongando entre dientes, fue hacia la puerta.

—¿Quién está ahí? —Gruñó.

—¿Es usted Steve Gray?

Era una voz de hombre, firme e impaciente.

—Seguro —dijo—. Ahora sepamos quien es usted.

—¿A través de la puerta? Puedo decirle que soy el presidente y usted no tendrá medio de averiguar si es verdad o no.

—No creo que el presidente quisiera tratos conmigo…

Descorrió el cerrojo y echándose a un lado dijo:

—¡Entre!

Apareció un hombre alto, bien parecido y de expresión ceñuda, que se quedó mirando el revólver que le apuntaba a la barriga antes de levantar los ojos hacia el reportero.

—Está nervioso —comentó.

—Ya puede jurarlo. Cierre la puerta.

Obedeció y volvió a dar un vistazo al revólver.

—¿No puede apuntar a otro lado? Me llamo Ellis, Bert Ellis. Todo lo que quiero es hablar con usted.

—¡Ellis! Seguro… vi su fotografía, pero ha cambiado mucho.

—La cárcel cambia a cualquiera.



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