Dulce fuego by Maria V. Snyder

Dulce fuego by Maria V. Snyder

autor:Maria V. Snyder [V. Snyder, Maria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2007-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 19

Después de nuestra llegada al castillo, esperamos en el patio exterior. Los moradores del castillo nos dirigieron miradas de curiosidad. Probablemente, no me reconocían sin mi uniforme de catadora.

Los mozos del establo se llevaron a los caballos, y a nosotros nos indicaron que entráramos al edificio para esperar a la reunión con el Comandante.

Mis compañeros observaron con admiración el castillo. Tenía muchos niveles y formas geométricas diferentes. La planta era rectangular, pero los demás pisos eran una combinación de cuadrados, triángulos y cilindros construidos uno sobre otro de un modo caprichoso.

Lo único que proporcionaba al observador cierta sensación de simetría eran las cuatro torres. Se elevaban a cierta distancia del resto de los pisos, y tenían ventanales de cristales de colores. Yo me detuve. La Fortaleza del Mago también tenía cuatro torres en las esquinas.

Era curiosa aquella similitud.

Un sirviente nos condujo hasta una austera sala de espera.

—¿Tú vivías aquí? —me preguntó Leif. Yo asentí.

—Durante dos años —dije.

El primero de ellos lo pasé en las mazmorras. No había mucha gente en Sitia que conociera a Reyad. Yo prefería guardarme aquella historia por el momento. Sin embargo, la mayoría de los ixianos sabían que yo había matado a Reyad.

—¿Dónde te alojabas?

—Tenía una habitación en la suite de Valek.

Leif me miró con incredulidad.

—Vaya, sí que te diste prisa.

—Y tú sacas demasiadas conclusiones —le dije yo.

Algún día les contaría a mis padres y a Leif todo aquello por lo que había tenido que pasar, pero no en aquel momento.

El desdén del Comandante Ambrose por la opulencia y el exceso era evidente en todos los rincones del gran castillo de piedra. Se había despojado a todas las estancias de los signos de realeza, se les había robado su alma. El despacho del Comandante era igual: de gran sencillez, limpio, ordenado y organizado. La sala carecía de toda personalidad, pero reflejaba a su ocupante perfectamente.

Ambrose se levantó cuando entramos. Llevaba un uniforme negro con diamantes reales en el cuello de la chaqueta. Yo observé su rostro mientras le presentaba a mis acompañantes, y detecté sólo un vago parecido con la Embajadora Signe. Como si fueran realmente primos, en vez de la misma persona.

El poder de su mirada, sin embargo, continuaba siendo el mismo. A mí me dio un salto el corazón cuando clavó en mí sus ojos del color del oro.

—Una visita inesperada, Enlace Yelena. Confío en que tengas una buena razón para pasar por alto el protocolo —me dijo, arqueando una de sus finas cejas.

—Una razón importante, señor. Creo que Sitia va a intentar una ofensiva contra vos.

El Comandante miró a mis compañeros mientras pensaba en mis palabras. Tenía algunas canas más en el pelo negro, que llevaba muy corto. Se acercó a la puerta de su despacho, llamó a uno de sus hombres y le indicó que acompañara a los huéspedes al comedor, a comer, y después a sus habitaciones. A mí me indicó que comería con él y que después podía reunirme con mis amigos.

Cuando la sala quedó vacía, el Comandante me indicó que me sentara en la silla que había frente a su escritorio.



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