Drácula (trad. Óscar Palmer) by Bram Stoker

Drácula (trad. Óscar Palmer) by Bram Stoker

autor:Bram Stoker [Stoker, Bram]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1896-12-31T16:00:00+00:00


DIARIO DE JONATHAN HARKER

29 de septiembre, en el tren a Londres. —Cuando recibí el amable mensaje del señor Billington, comunicándome que ponía a mi disposición cuanta información obrase en su poder, pensé que lo mejor de todo sería ir a Whitby para hacer in situ tantas preguntas como fueran necesarias. Mi objetivo era rastrear el horrible cargamento del Conde hasta su casa de Londres. Más tarde, podríamos encargarnos de él. Billington Júnior, un muchacho muy atento, me recibió en la estación y me condujo hasta la casa de su padre, pues habían decidido que pasara la noche allí. Es una gente muy hospitalaria, con la auténtica hospitalidad de Yorkshire: dáselo todo a tu invitado y déjale libre de hacer lo que quiera. Todos sabían que ando muy ocupado, y que mi estancia sería corta, por lo que el señor Billington ya tenía preparados en su oficina todos los papeles relacionados con el envío de las cajas. Casi me dio un vuelco el corazón al ver de nuevo una de las cartas que había visto sobre el escritorio del Conde, cuando todavía no conocía sus diabólicos planes. Lo había ultimado todo a conciencia, y lo había llevado a cabo sistemáticamente y con precisión. Parecía haber previsto de antemano todos y cada uno de los obstáculos que pudieran dificultar el cumplimiento de sus designios. Por utilizar un americanismo, «no se la había jugado», y la absoluta precisión con la que sus instrucciones habían sido llevadas a cabo, había sido sencillamente el resultado lógico de su meticulosidad. Vi la factura, y tomé nota de ella: «Cincuenta cajas de tierra común, para ser utilizadas con propósitos experimentales». También hice copias de la carta dirigida a Cárter Paterson, y de su respuesta. Ésta fue toda la información que el señor Billington pudo proporcionarme, de modo que bajé al puerto y hablé con los guardacostas, con los oficiales de aduanas, y con el contramaestre del puerto. Todos tenían algo que decir acerca de la extraña llegada de la goleta, que ya ha entrado a formar parte de la tradición local; pero ninguno pudo añadir nada a aquella sencilla descripción: «Cincuenta cajas de tierra común». A continuación, fui a ver al jefe de estación, que amablemente me puso en contacto con los hombres que habían transportado físicamente las cajas. Su cuenta total coincidía exactamente con la de la lista, y no tuvieron nada más que añadir salvo que las cajas eran «mortalmente pesadas», y que levantarlas les había dejado secos. Uno de ellos añadió que fue una auténtica pena que no hubiera habido entonces ningún caballero «como usted, patrón», capaz de mostrar su apreciación por sus esfuerzos de forma líquida; otro recalcó que les había provocado tanta sed que ni siquiera el tiempo transcurrido desde entonces había podido saciarla por completo. No hará falta añadir que, antes de marcharme, me encargué de hacer desaparecer, adecuadamente y para siempre, el origen de sus reproches.

30 de septiembre. —El jefe de estación había sido lo suficientemente amable como para escribirme



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