Dos viajes en automóvil by Miguel Delibes

Dos viajes en automóvil by Miguel Delibes

autor:Miguel Delibes [Delibes, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1981-12-31T16:00:00+00:00


28 de marzo, sábado

Bruselas no madruga los sábados. A las once de la mañana nuestro barrio está desierto. Aprovechamos para pasear y comprar cuatro cosas. Hora a hora, la rue Neuve, la más comercial de la ciudad, cerrada al tráfico motorizado, se va animando. No todo el mundo se ha ido al campo, como me habían dicho. A mediodía, el centro está muy concurrido. Por la rue Neuve apenas se puede dar un paso. Es un público sencillo, dominguero, propicio al asombro. Observo que cuanto más progresa la técnica más propendemos al papanatismo. Se diría que así funcionan nuestras defensas contra la excesiva automatización. Una cierta puerilidad vuelve a imponerse. El hombre no se aviene a dejar de ser humano. Me asombra el asombro de docenas de espectadores extasiados ante el maniquí vivo de un establecimiento y ante dos vociferantes charlatanes en una esquina. Me asombra la procesión —¿seremos todos turistas?— que desfila ante ese muñeco meón, el Maneken Pis, erigido en una especie de símbolo belga. Me asombra, no menos, la iconografía, la industria y el comercio montados alrededor de ese muñeco: pinturas, postales, cerámicas, descorchadores a base de convertir el inmortal pito de Maneken Pis en una espiral. El Maneken Pis, como la Sirenita Varada de Copenhague, promueve el interés de las gentes y la modesta industria, el pequeño comercio, no vacilan en aprovecharse de ello.

Fuera del casco protegido me doy cuenta del caos circulatorio. En Bruselas uno detiene su automóvil donde le apetece o sale por una transversal sin avisar. A nadie le parece mal ni pierde la compostura por ello. Eso sí, el automovilista, exista o no paso cebrado, manifiesta en cualquier caso un respeto revencial por el peatón. Algo es algo. Comemos aceptablemente en Míster G. B. Muchas mujeres maduras en el restaurante, solas o en pequeños grupos. En general, la mujer madura belga, en especial la solitaria, bebe mucho alcohol. Hay una, muy atildada, a mi izquierda, que acompaña su leve refrigerio con una botella de litro de tinto y dos copazos de coñac como remate. La veo pagar, levantarse y marcharse, sin vacilaciones notorias (días más tarde confirmaré en Holanda esta primera impresión. La soledad causa estragos en los Países Bajos como en todas partes. Las abuelas, por una razón o por otra, han dejado de ser abuelas; pero, al alcanzar cierta edad, no encuentran sucedáneo donde ahorcarse. Un dato curioso: en Holanda hay censados dos millones de perros, uno por cada siete holandeses, uno por cada familia y media, más que en ningún otro lugar del mundo. Aunque carezco de datos, es presumible que en Bélgica sucederá lo mismo).

Por la tarde visitamos el Museo de Arte Antiguo, o no tan antiguo, puesto que alcanza hasta el siglo XVI. Los primitivos flamencos y, en general, toda la pintura de estos países, en su abigarramiento, constituye un recreo para el ojo contemplador, incluso para el menos avezado. En principio se diría que entre el Bosco y Van der Weyden no hay mucho en común,



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