Doctora Jekyll by Curtis Garland

Doctora Jekyll by Curtis Garland

autor:Curtis Garland [Garland, Curtis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1973-10-01T04:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

El primer impacto se estrelló en el mentón pulcro y afeitado de Sidney Clemens con la potencia con que lo hubiera hecho el mazo de un juez de Old Bailey en el momento de demandar silencio para una sentencia de muerte.

El rubio y atildado actor rodó dando volteretas entre las mesas y sillas, aparatosamente, hasta golpear un gran espejo dorado, cuyo marco cedió, viniéndose abajo con estrépito y destrozándose los vidrios azogados en mil pedazos.

Apenas intentó levantarse, tambaleante, brotándole un hilo de sangre entre los labios que recitaban mágicamente el verso del coloso de Stratford-On-Avon, recibió otro seco directo que se estrelló en esta ocasión contra su bien dibujada nariz, hundiéndola con un desagradable chasquido. La sangre brotó esta vez tumultuosa de sus fosas nasales.

—¡Dios mío, detengan a ese loco, o matará a mi pobre Sidney! —gimió horrorizada Judy Knox.

—¡Favor! —clamó sir Edgar, alzando sus brazos—. ¡Vengan a detener a ese demente homicida!

—No, no soy ningún demente, sir Edgar. Ni ningún homicida tampoco —silabeó Brian Lane con rudeza—. Si lo fuese, ya estaría muerto su guapo y desvergonzado futuro yerno, no le quepa duda de ello…

—¡Bastardo! —rugió Clemens, lívido, descompuesto, viendo fugazmente los destrozos de su rostro en otro espejo ovalado de la lujosa sala—. ¡Te haré pedazos por esto!

La réplica de Brian, aunque dos empleados de librea pretendieron evitarlo, fue lanzarse de nuevo sobre el rubio actor, eludir la cobarde patada de éste a su vientre, y luego descargar contra su mandíbula e hígado dos golpes secos, contundentes, que hicieron crujir su hueso y abrir la boca en busca de aliento al que recibía tal castigo.

Medio inconsciente, se desplomó Sidney Clemens, dando tumbos bajo las sillas doradas, de lujoso tapizado. Gimoteó en el suelo, manchando todo con su sangre. Brian se volvió a sir Edgar y a los que pretendían detenerle. Se inclinó, casi ceremonioso, sin perder su altiva compostura, ante Judy Knox.

—Lamento esta deplorable escena, señorita —dijo, incisivo—. Pero ese tipo que tiene ahí como un cerdo, es sólo un vulgar cazadotes, un ambicioso ávido de dinero fácil. Acaba de dejar a su anterior novia, sólo porque ella no tenía una guinea. O eso pensó él, puesto que entonces ignoraba que ella acababa de heredar quince mil guineas y unas fincas. Si su honorable padre y usted, están conformes en aceptar a semejante individuo en la familia, allá ustedes. Pero no creo que les convenga demasiado.

Salió, sin ser importunado por nadie. Sir Edgar y su hija cambiaron una mirada de sorpresa e incertidumbre. Antes, oyeron la voz de Brian, desde el vestíbulo:

—Aquí les dejo mi tarjeta. Pásenme factura, por favor, de los desperfectos sufridos. Los abonaré inmediatamente. Buenas noches.

Un portazo, señaló su salida de la casa de los Knox. Judy se acercó al abatido y jadeante Clemens. Pero su aire era indeciso, muy poco seguro.

Y Sidney Clemens, a pesar de su lamentable estado, no pasó por alto ese detalle.

* * *

—Cielos, ¿qué le han hecho, Clemens? Parece que le hubiera arrollado una manada de potros salvajes…

—No haga preguntas, doctor Montague, y cúreme esto, por favor.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.