Doble culpabilidad y otras historias by Agatha Christie

Doble culpabilidad y otras historias by Agatha Christie

autor:Agatha Christie [Christie, Agatha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1961-01-01T00:00:00+00:00


La locura de Greenshaw

(Greenshaw’s Folly).

1

Los dos hombres rodearon la masa de matorrales.

—Bueno, ahí la tiene —dijo Raymond West⁠—. Ésa es.

Horace Bindler contuvo la respiración, admirado.

—¡Pero si es maravillosa, querido West! —⁠exclamó. Su voz se alzó en un grito de placer estético, bajándola luego, llena de pavor reverente⁠—. ¡Es increíble! ¡No parece de este mundo! Un ejemplar de época de lo más logrado.

—Me pareció que le gustaría —⁠dijo Raymond West, complacido.

—¿Gustarme? Querido… —Horace no encontró palabras. Soltó la correa de su cámara fotográfica y entró en acción⁠—. Ésta será una de las joyas de mi colección —⁠agregó alegremente⁠—. Encuentro divertidísimo esto de tener una colección de monstruosidades. Se me ocurrió la idea una noche en el baño, hace siete años. Mi última joya auténtica fue la que hice en el camposanto, en Génova, pero creo de verdad que ésta le gana. ¿Cómo se llama?

—No tengo la menor idea —confesó Raymond.

—¿Pero tendrá un nombre?

—Debe tenerlo. Pero es el caso que por aquí todo el mundo la llama «La locura de Greenshaw».

—¿Greenshaw sería el hombre que la construyó?

—Sí. En mil seiscientos ochenta o mil seiscientos sesenta aproximadamente. La historia del triunfador local de aquel entonces. Un chico descalzo que alcanzó una prosperidad enorme. La opinión local está dividida respecto a por qué construyó esta casa: unos dicen que fue un alarde de riqueza y otros que lo hizo por causar impresión a sus acreedores. Si tienen razón los últimos, no lo consiguió. Greenshaw quebró o algo parecido. De ahí le viene el nombre, «La locura de Greenshaw».

Se oyó el chasquido de la cámara de Horace.

—Ya está —dijo con voz satisfecha⁠—. Recuérdeme que le enseñe el número trescientos diez de mi colección. Una repisa de chimenea, en mármol, al estilo italiano. Completamente increíble —⁠y añadió mirando la casa:

—No comprendo cómo pudo ocurrírsele eso al señor Greenshaw.

—Algunas cosas están bastante claras —⁠dijo Raymond⁠—. Había visitado los castillos del Loira, ¿no cree? Esas torretas… Luego, por desgracia, parece que viajó por Oriente. La influencia del Taj Mahal[3] es inconfundible. Me gusta el ala mora —⁠añadió⁠— y las reminiscencias de palacio veneciano.

—Se maravilla uno de que haya conseguido un arquitecto que pusiera en práctica estas ideas.

Raymond se encogió de hombros.

—No creo que haya tenido dificultad con eso —⁠dijo⁠—. Probablemente el arquitecto se retiró con una bonita renta vitalicia, mientras el pobre Greenshaw se arruinó por completo.

—¿Podríamos verla desde el otro lado —⁠preguntó Horace⁠— o estamos quizá metiéndonos en terreno prohibido?

—Desde luego que estamos metiéndonos en terreno prohibido —⁠dijo Raymond⁠—, pero no creo que importe gran cosa.

Se dirigió hacia la esquina de la casa y Horace le siguió a paso vivo.

—Pero ¿quién vive aquí, querido Raymond? ¿Huérfanos o turistas? No puede ser un colegio. No hay campos de deportes ni eficiencia…

—Ah, sigue viviendo un Greenshaw —⁠dijo Raymond por encima del hombro⁠—. La casa no se perdió en el desastre. La heredó el hijo del viejo Greenshaw. Era bastante tacaño y vivía aquí, en un rincón de la casa. Nunca gastó un penique. Probablemente nunca lo tuvo para gastarlo. Ahora vive aquí su hija.



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