Disparo a la Luna by William F. Temple

Disparo a la Luna by William F. Temple

autor:William F. Temple
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
publicado: 1968-08-04T23:00:00+00:00


CAPITULO VIII

Dos personas trataban de hablarme simultáneamente. Se dirigían a mí, insignificante ser aislado, y sus voces, al entremezclarse, se hacían ininteligibles y daba la impresión de que estaba vociferando una pequeña muchedumbre enojada.

—De uno en uno, por favor —dije por el micrófono—. Primero Lou.

—No faltaba más —saltó Thomson, con sarcástica desobediencia.

—Estás desviado de la ruta, cariño —informó Lou—. Altera tu curso diez o doce grados a tu derecha.

La hice caso y volví a buscarla con la vista. Si ella podía ver el vehículo, tarde o temprano tendría yo que ver a Lou. Al cabo de unos segundos, distinguí un minúsculo puntito blanco cerca del horizonte: probablemente se trataba de Marley y su hija.

Mi suposición se confirmó en seguida, mientras aceleraba hacia ellos. Poco a poco, el puntito fue aumentando de tamaño y luego se dividió en dos.

—Estupendo, Lou, ya os he localizado.

—Ya era hora, Franz. El camino de ida resultó bastante largo.

—Llegaré ahí en un momento... no te preocupes. Ahora, corto la comunicación. ¿Qué es lo quería, Tommy?

—¿Yo? Nada. Es difícil encontrar algo en este montón de cenizas dejado de la mano de Dios. Pero es que usted me pidió que procurara mantener el contacto... ¿No se acuerda?

Sí, me acordaba. Pobre diablo, era un individuo que se sentía extraño y mantenerse en contacto con alguien era todo su problema.

—Muy bien, Tommy —dije en tono sosegado.

Cuando pude discernir a los Marley, viéndoles como formas y no como simples puntos, me parecieron curiosamente achaparrados. Luego me di cuenta de que los veía en escorzo; estaba reclinados, descansando en la ladera de una eminencia, con los pies hacia mí.

Mientras el birlocho recorría los últimos doscientos metros, se pusieron derechos y acudieron a mi encuentro por la suave pendiente de la falda. Cada uno de ellos llevaba algo que parecía una gruesa varilla dorada.

La figura más esbelta era Lou, claro: no sé cómo, pero irradiaba femineidad a través de su traje del espacio. Conseguía que aquel anónimo y desprovisto de sexo caminase como una mujer. Al menos, esa era la sensación que me producía. Acaso contribuyese a ello mi propia imaginación.

Mezquinamente, sólo lancé una mirada fugaz a Marley. Saltaba a la vista que el coronel estaba excitadísimo, pero en su interior. El hombre albergaba sus propios sueños y, en aquel instante, estaba absorto en ellos. Caminaba como un autómata.

Frené junto a ellos. Entraron por separado, a través de la pequeña escotilla posterior. Lou se derrumbó en el asiento que había a mi lado y aflojó la presión de su mano en torno al rollo dorado. Despacio, fue haciéndose más grueso, como un pergamino que se abriera.

La ayudé a quitarse el casco. Del cuello salió una oleada de aire caluroso. Lou sudaba y aparecía un poco sofocada La acerqué a mí y la besé. Fue como abrazar a Juana de Arco cuando luciese toda su armadura, pero el beso resultó estupendo. Lou reaccionó como si lleváramos varios meses sin vernos.

Luego murmuró:

—Es fantástico, cariño. Hasta ahora, nunca había estado tan cerca de la verdadera felicidad.

A



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