Discursos III. Discursos julianeos by Libanio

Discursos III. Discursos julianeos by Libanio

autor:Libanio [Libanio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 0363-01-01T00:00:00+00:00


le puso freno por medio de una enfermedad y se lo llevó 118 consigo. Ciertamente, a los demás esta noticia les parecía una invención, un fraude, una estratagema, y que había que desconfiar. Pero Juliano mandó buscar de cierto cofrecillo un libro y reveló oráculos mucho más antiguos que aquella noticia y que eran confirmados por ésta; dio a conocer cómo venían por orden de un dios, el cual le anunciaba que la victoria estaría limpia de sangre y le exhortaba a darse prisa, no fuera que, por estar demasiado lejos, alguien osara arrebatarle la realeza[100]. Así pues, aunque había leído los oráculos, 119 había visto que la guerra había tenido un desenlace tan favorable y de tanta trascendencia, y se había enterado de la muerte de un hombre que tenía para con él los sentimientos de un jabalí, con todo, no se aplicó a banquetes y bebidas, ni a los placeres de los mimos, sino que, a pesar de que los oráculos se habían cumplido, que la tierra y el mar habían quedado bajo su mando, que nadie le hacía frente y todo estaba en manos de una sola persona con el beneplácito de todo el mundo, que no se veía obligado a hacer nada que no deseara y tenía completamente abiertas para él las puertas del palacio real, se entregó al llanto y sus lágrimas corrían por el cumplimiento de los vaticinios. Nada había más 120 firme que su carácter, pero su primera pregunta se refirió al muerto: dónde se encontraba el cuerpo y si éste recibía los honores que le correspondían. Así de noble se mostraba con quien habría imitado contra él la actitud de Creonte[101]. Y no se detuvo aquí su respeto hacia el finado, sino que bajó al puerto de la gran ciudad, después de haber congregado al pueblo en su totalidad, y lloraba mientras el cuerpo era transportado aún por el mar. Se aferraba al féretro con las manos después de haber depuesto todas las insignias reales, a excepción de su clámide, porque no consideraba justo culpar al cuerpo de los designios de su alma[102].

Una vez que fue honrado Constancio con los homenajes 121 que eran pertinentes, comenzó por el culto de los dioses de la ciudad, haciendo libaciones a la vista de todo el mundo, causando así el regocijo de quienes lo seguían y las burlas de los que no deseaban acompañarlo, puesto que él trataba de persuadir y no le parecía digno emplear la fuerza. Aunque, en verdad, a los corruptos les amenazaba el pánico y se esperaba que empezasen a sacar ojos, a cortar cabezas, que corriesen ríos de sangre por los asesinatos, que el nuevo señor hallase formas de coacción no vistas, y que le pareciesen poca cosa el fuego, el hierro, ser arrojado al mar, ser enterrado vivo, ser mutilado o ser descuartizado. En efecto, esto es precisamente lo que llevaban a cabo sus antecesores, 122 y se temían torturas mucho más crueles que éstas. Pero él solía censurar



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