Diario secreto de Ana Bolena by Robin Maxwell

Diario secreto de Ana Bolena by Robin Maxwell

autor:Robin Maxwell
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 1992-08-09T22:00:00+00:00


Ana

9 de junio de 1530

Diario:

Estoy muy satisfecha porque en los últimos tiempos me he convertido en una estudiante aventajada en las artes de la intriga y la política. Mis profesores son los mayores artistas del país: Norfolk, Suffolk, Tomás Moro y mi padre, lord Wiltshire. Observo con toda atención cómo, junto con Enrique, tejen el fino tapiz del gobierno sobre una urdimbre de feudos, súbditos, guerras e impuestos, todo ello realzado con los hilos de oro de una diplomacia elegante y la promulgación de leyes adecuadas, al tiempo que cosen inquebrantables fronteras empleando como hebras a señores y guerreros leales.

Un tal Cromwell, secretario del cardenal Wolsey, vino a solicitarme audiencia. Su visita me dejó intrigada. Ese hombrecillo vestido de negro como un abogado, de ojos saltones, nariz puntiaguda, boca grande y facciones angulosas, ha suplicado, en nombre de su ahora humilde amo, todavía desterrado, un gesto amable de mí y de Enrique. Mientras hablaba de Wolsey, enfermo de hidropesía y de desesperación, a su decir, y necesitado de consuelo, capté en él una segunda intención. No fueron sus palabras lo que me hizo pensar en su doblez, sino un destello en su mirada, un asomo de sonrisa en sus finos labios, que delataban otros propósitos e ideas. Quizá sea que este hijo de un cervecero, que tanto ha progresado en la vida, siente admiración por una joven que ha logrado que el antaño altivo cardenal tenga ahora que arrastrarse a suplicarle.

Si bien este extraño personaje, tan confiado y seguro de sí, suscitó mi curiosidad, me guardé de hacerle preguntas y, fingiendo generosidad, le di un pequeño presente para Wolsey: un bloc dorado que llevaba en la cintura, en el cual escribí unas palabras de consuelo y encomio. Él me dio humildemente las gracias y se retiró tras dedicarme una profunda reverencia.

Presiento que Thomas Cromwell va a desempeñar algún papel en mi futuro. El tiempo demostrará lo acertado de este convencimiento, estoy segura.

En su apasionado apego por mi persona, el rey ha ideado una hábil estrategia para reclamar su divorcio. El nuevo capellán de mi familia, Thomas Cranmer, traído de Cambridge y hombre afable y bondadoso, se atrevió a sugerir que Enrique no precisaba la aprobación de Roma; bastaría con que diversos teólogos se pronunciaran acerca de si el Papa había obrado conforme al derecho al otorgar la dispensa para la boda del rey con la esposa de su hermano. Esta simple idea tuvo el mismo efecto que un estallido en la cabeza de Enrique. Impresionado hasta lo indecible por la opinión de Cranmer, juró que «estaba inspirado», y sin demora mandó numerosos enviados a todas las universidades de Europa, con los bolsillos repletos de oro. Su propósito era orientar los razonamientos de los especialistas en derecho canónico y ayudarlos a ver la lógica del divorcio de Catalina, de modo que dieran por escrito una opinión positiva sobre el particular. Lo que he aprendido de esto es que a veces los medios carecen de importancia si el fin está justificado, y este próximo casamiento nuestro es causa suficiente para toda clase de intrigas maquiavélicas.



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