Descenso a los infiernos by Ian Kershaw

Descenso a los infiernos by Ian Kershaw

autor:Ian Kershaw [Kershaw, Ian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2015-09-17T04:00:00+00:00


La Italia de Mussolini:

El sueño «totalitario»

En junio de 1925 Mussolini había alabado «la feroz voluntad totalitaria» del movimiento fascista. Como tantas otras de sus proclamas, no eran más que palabras altisonantes. Sabía perfectamente que la «voluntad», por «feroz» y «totalitaria» que fuera, no podía constituir por sí sola una base sólida de gobierno. El activismo y el matonismo, que constituían buena parte de lo que era en la práctica esa «voluntad», quizá lograran desarmar a sus adversarios, pero por sí solos no podían construir nada. Pese a sus instintos radicales, Mussolini era lo bastante astuto como para darse cuenta de que necesitaba el apoyo, como sucediera con la «toma del poder», de otras fuerzas además de sus indisciplinados artistas de la lucha callejera. Y lo que necesitaba era el respaldo de las elites bien aposentadas del país. Además reconocía que una plataforma sólida para el poder debía basarse no en el partido, sino en el estado.

Había sido lo suficientemente listo o quizá simplemente había tenido suerte cuando, en febrero de 1925, mostrándose todavía complaciente con los elementos más extremistas de su movimiento, había dado con una solución al problema de los jerarcas más revoltosos y radicales del partido. Había nombrado a Roberto Farinacci, el más radical de todos los jerarcas provinciales del partido (los Ras), secretario general del partido fascista. Farinacci era un individuo cruel, francamente despiadado, pero como político poseía unas antenas muy escasas. Purgó a algunos de los radicales más perturbadores, y con ello hizo el juego a Mussolini. Sin embargo, la violencia pública que perdonó, o que incluso fomentó directamente, provocó una reacción en su contra, que permitió a Mussolini destituirlo en 1926 y de paso distanciarse de las acciones impopulares del partido. Durante los años siguientes, bajo el mandato de unas secretarías generales menos radicales y más competentes desde el punto de vista administrativo, el partido fascista experimentó una gran expansión (en 1933 contaba casi con un millón y medio de militantes en un país con una población de unos 42 millones de habitantes), pero había perdido todo parecido con una «feroz voluntad totalitaria». Se había convertido en un partido gobernante convencional, despojándose de paso de todo su ímpetu revolucionario.

Desde luego en el partido había muchos, y en particular el propio Mussolini y también algunos jerarcas locales, que seguían abrigando ambiciones revolucionarias. Aseguraban que no iba a producirse una retirada a un autoritarismo meramente convencional. En esencia, sin embargo, el partido se había convertido en poco más que un instrumento propagandístico, un vehículo para orquestar la adulación de Mussolini, un aparato de control social y una organización para sustentar el poder del estado. Pues en la Italia de Mussolini, en neto contraste con el régimen soviético, el partido que ejercía el monopolio —a partir de 1928 no estaban permitidos más partidos— era el servidor, no el amo del estado.

«Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el estado». Ésas habían sido las palabras de Mussolini en octubre de 1925. El alcance de los controles



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