Decidnos, ¿quién mató al conde? by Néstor Luján

Decidnos, ¿quién mató al conde? by Néstor Luján

autor:Néstor Luján [Luján, Néstor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1986-12-31T16:00:00+00:00


14. LA EMBOSCADA

Hugo von Stein descendió del garito de la calle de los Francos sin hacer caso de las admoniciones de Luis Vélez de Guevara, que le señalaba los peligros de las noches madrileñas, aunque fueran tan claras como aquélla, con la luna llena. Luis Vélez de Guevara, cojeando osadamente, subió a la silla de manos alquilada y prevenida, Hugo von Stein, bien ajustada la espada en el costado derecho, la ancha daga en el izquierdo, con su decidido paso y sus casi seis pies de altura, avanzaba hacia el palacio que la Embajada del Príncipe Elector, arzobispo de Maguncia, había alquilado en la calle de Alcalá enfrente de la Hospedería de San Bruno. Al cabo de varios pasos se perdió en el dédalo de las callejas de Madrid y se detuvo para orientarse. Había tenido un día pleno y fatigado y se sentía distraído. Pero, por un instante, en las calles vacías, su fino oído de cazador percibió pasos presurosos y una risa como reprimida y nerviosa. Dobló la esquina y, a la luz de la luna, vio a tres hombres con la espada desenvainada, en actitud de espera y de reposo, con la punta encima de las botas, bien asentado el acero.

Hugo von Stein quedó clavado en su lugar. Por la actitud de aquellos hombres no iban a otra cosa que a amilanarle, asustarle. Su instinto le decía que no estaban para una lucha larga y mortal. En principio no le daban miedo, porque imaginaba que podría defenderse a espada y daga y ello daría tiempo a atraer una de las numerosas rondas nocturnas que circulaban por aquellas calles tan llenas de burdeles y casas de juego.

No obstante, un agudo escalofrío recorrió de pronto su columna vertebral. Hugo von Stein estaba harto de luchar en emboscadas. Era, por otra parte, un peleador nato, acostumbrado a estos lances y percibió una leve, casi inaudible, agitación a sus espaldas. Comprendió rápidamente que el objeto de los tres matasietes era distraerle y que algo pasaba por detrás. Recordó algunos lances; un lobo silencioso con un casi inaudible jadeo en Lituania, una noche saliendo el Ridotto de Venecia… Sí, era la típica emboscada veneciana.

Hugo von Stein quedó absolutamente inmóvil. Dio luego un paso torpe hacia atrás y, de pronto, desenvainando con su mano derecha la ancha daga ritual, a una velocidad que nadie hubiera imaginado en hombre tan robusto, sorprendió al miserable que le iba a rematar con un largo puñal de misericordia. La daga se cebó en su garganta, le cortó el cuello de cercén a cercén, astilló los huesos de las vértebras cervicales. El infeliz cayó de rodillas; la sangre borboteaba bárbaramente. Hugo von Stein dio un terrible grito, el grito de los cazadores de las estepas, la vieja y estremecedora voz de guerra de los Caballeros Teutónicos. El esbirro, moribundo, arrodillado, recibió un espantoso puntapié en su cabeza, que casi la desgajó. La sangre manaba siniestra y entonces, ante la mirada —absolutamente amilanada por aquella atrocidad— de los tres



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