Dama dinamita o El hijo del gangster by Peter Debry

Dama dinamita o El hijo del gangster by Peter Debry

autor:Peter Debry [Debry, Peter]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1951-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

EN EL BOSQUE DE LOS FETICHES

Al ser apremiada por el piloto a huir, Nancy obedeció al primer instinto, y, pisando el acelerador, abandonó el altillo, entrando con decisión en el sendero.

Cuando había recorrido aproximadamente unos dos kilómetros, oyó el doble disparo y el estampido de un neumático reventando. Después… el silencio absoluto rodeó aquel paraje del Bosque de los Fetiches, porque ella, frenando, paró el motor.

Pensó que si volvía a ponerse en marcha en dirección a Natchez, avisaría a la policía. Mike Carter había podido avisar, y no lo hizo.

—La herencia de la sangre —había oído decir a su madre, cuando comentaban los posibles pasos en la vida del hijo de Larry Carter—. Tarde o temprano asomará en Mike Carter la influencia paterna.

Y ella, Nancy Vikers, tenía el convencimiento de que moralmente estaba obligada cuando menos a no entregar a Mike a la policía. Después, meditó, que tal vez en aquel momento Mike Carter estuviera luchando contra tres hombres para defender su vida amenazada.

Trémula, su diestra penetró en el bolsín, de donde extrajo una linterna eléctrica, y, abandonando su «Auburn», deshizo a pie el camino recorrido. Andaba apresuradamente…

Oyó otro disparo, y aceleró el paso, pero cuando percibió el lejano rumor de una voz, subió al altillo lateral, siguiendo su camino por entre los arbustos.

No encendió, su linterna, bastándole para orientarse el reflejo lunar sobre el sendero. Cercano oíase el murmullo del río…

Y ya ahora entendió perfectamente las palabras pronunciadas por Juancho López:

—¡Si no puede andar, arrástrese, o mis dos compadres le rodearán y será peor para usted! ¡Venga, pronto!

¿Estaba herido Mike Carter? Vio el «Buick» encaramado a medias sobre el altozano opuesto, y, corriendo, llegó al tronco anchuroso tras el que estaba Mike Carter, en pie, emitiendo gemidos…

—¡Mike! —exclamó.

—¡Nancy! ¿Estás… estás loca?… ¿Por qué has venido? ¡Maldi…!

Juancho López exclamó ahora, al oír el susurro de voces al otro lado:

—¡Entréguese y la señorita podrá irse! Pero no me agote la paciencia.

Y, en voz baja, añadió López:

—Tú, Pablo, llégate hasta aquel árbol de la derecha, y tú, Jorge, al de la izquierda. Le cogeremos de flanco…

—¿Por qué gemías, Mike? —musitó ella, a espaldas del piloto.

—Quiero que crean que estoy herido. Pero ahora… otra, vez estoy en plan de conejo huidor. No puedo pelear con ellos, estando tú de por medio… ¿Qué es lo que llevas?

—Una linterna.

Mike Carter miraba hacia el coche. Vio que algo más obscuro se movía. La cabeza de uno de los mejicanos, y después la blanca americana avanzó a ras de suelo.

Mike Carter disparó cuando ya el cuerpo de Pablo empezaba a reptar alejándose del coche. Alcanzado en un muslo, el mejicano gritó, dolorido.

Juancho López y el otro le asieron por los tobillos, atrayéndolo de nuevo tras el parapeto que formaba el «Buick».

—¡Me… ha matado! —gimió el herido.

—Calla, gallineja —gruñó Juancho López—. No es más que un rasguño. Hazle un torniquete, Jorge. El mozo es duro de pelar. Bien se ve que es hijo de Larry.

Nancy Vikers, murmuró:

—¡Lo has… matado, Mike!

—No, pero lleva plomo en una pierna. Ahora tendremos que emprender una retirada, porque intentarán rodearnos por los lados.



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