Cuentos ucranios by Nikolái Gógol

Cuentos ucranios by Nikolái Gógol

autor:Nikolái Gógol [Gógol, Nikolái]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1830-12-31T16:00:00+00:00


EL MENSAJE DESAPARECIDO

LEYENDA

Narrada por el escribiente de B.

En cierta oportunidad, a un hetman cosaco se le ocurrió enviarle un mensaje a la reina.

El escribiente del regimiento llamó entonces a mi abuelo y le dijo que el propio hetman le encargaba que llevara el mensaje en calidad de correo.

Mi abuelo no era amigo de largos preparativos: sin pensarlo mucho, se cosió el mensaje dentro de la gorra, sacó a su caballo del establo, le dio unos sonoros besos a su mujer y a sus dos lechoncitos, como llamaba a sus hijos, y se lanzó al camino, desapareciendo en medio de una polvareda propia de quince cosacos a la carrera. Al día siguiente, cuando el gallo había cantado tres veces apenas, el abuelo estaba ya en Konotop.

En aquel entonces, se realizaba allí una feria: la gente hormigueaba en las calles en tan gran número, que los ojos veían turbio. Pero la hora era tan temprana que todo dormía, tendido en tierra. Junto a una vaca, se hallaba un mozo juerguista, de nariz encarnada como un pechirrojo; más allá, sentada, roncaba una puestera con sus rosquillas, pastelitos y panqueques; bajo una carreta estaba tendido un gitano; sobre una carreta con pescado, un mercader, y en la carretera misma, despatarrado, un gigantesco buhonero de pintoresco cinturón y llamativa casaca…; en fin, toda clase de gente, como se encuentra en las ferias. El abuelo se detuvo para mirar detenidamente.

Mientras tanto, en las tiendas acampadas empezó el movimiento, las taberneras sacaron sus botellas, el humo surgió en volutas aquí y allá y en toda la feria se sintió olor a golosinas calientes.

El abuelo recordó que no tenía yesca ni tabaco, de modo que echó a andar por la feria.

Apenas si había dado veinte pasos… cuando se topó con un cosaco del Zaporoshie. ¡Un juerguista! ¡Bastaba con verlo! Unas bombachas rojas como el fuego, un jupán azul, un cinturón de vivos colores, y al flanco el sable y la pipa con una cadenita de cobre que se arrastraba… ¡Cosaco del Zaporoshie y basta! ¡Ésa sí que era gente! Después de atusarse el bigote y de taconear de lo lindo, se lanzaba a veces a bailar. ¡Y qué manera de bailar! Los pies saltaban como una rueca en manos de la baba, la mano golpeaba como un torbellino todas las cuerdas de la bandura, y al mismo tiempo, con la otra mano en la cadera, bailaba agachado el hopak. ¡Y cuando de sus labios brotaba una canción, el alma estaba de fiesta! ¡Ah! Pasaron ya esos tiempos. ¡Ya no veremos más a cosacos del Zaporoshie!

Sí, pues. De modo que mi abuelo se encontró con aquel paisano suyo. No tardaron en trabar amistad. Y charlaron y charlaron hasta que el abuelo olvidó por completo su viaje. Empezaron a beber en grande, como en una boda antes del gran ayuno. Pero, finalmente, se cansaron de correrla, y por lo demás, no era cosa de quedarse toda la vida en la feria. Y los flamantes amigos se pusieron de acuerdo para no separarse y viajar juntos.



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