Cronica by Jose Asenjo Sedano

Cronica by Jose Asenjo Sedano

autor:Jose Asenjo Sedano
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa Varios
ISBN: 84 233 0841 3
editor: www.papyrefb2.net
publicado: 1972-12-31T23:00:00+00:00


XVI

De lo que pasara aquella noche, Seráfica debió de sacar la conclusión de que su marido estaba más cerca de Manuel de lo que, en principio, a ella le había parecido. Hasta muy tarde, pañuelito de encaje en la mano, le estuvo haciendo cuentas a Pedro de su vida de novia y de casada. Los años rotos, las flores deshojadas, el hielo de las noches lívidas y el llorar constante, tristón de la lluvia en su ventana. Y siempre esperando ese día, la boda, la iglesia, el traje de tul, que yacía en el fondo del arca, cubriéndose de amarillo y de tristeza. Luego, los otros, los de aquella casa, al principio, devorada por los parientes de aquella mala madrastra, mujer de la vida, que habían convertido el caserón en casa de vicios. Ya se lo dijo don Santiago Vila, un día, en la catedral, cuando fue a confesarse, y el canónigo la miró con lástima y dándole a besar la cruz de la estola la llamó «hija mía, ¿conque entras en la familia...?» Era claro, lo veía ahora, estaba segura, lo que aquel santo y digno varón había querido decirle al decir aquello con tanta desgana. Todavía, alguna vez, cuando lo encontraba en la calle, en la puerta de la catedral, el muy ilustre señor se quitaba el sombrero (a pesar del vientecillo), la saludaba ceremonioso y la llamaba «sobrina mía, ¿cómo esa salud?», mientras, con la otra mano, se sostenía el manteo a la altura de la cintura. Seráfica se sonaba la nariz, aquel pañuelito de lágrimas, bordado en largas horas de meditación cabe la ventana, viendo pasar el sol, quien, fiel, todas las tardes. Puntual se marchaba también sobre los tejados rojo sucios, arcillosos, con enormes matas verdes de uvas de gato. Seráfica contaba, recontaba el estado de la casa, levantada la solería, agujereadas las puertas a balazos, el humo todavía metido en la madera, los arcones violentados, saqueados, donde aquella mala turba, para colmo, se encerraban y hacían sus necesidades. Enardecida, insolentada cada vez más con los recuerdos, acabó por perder el sueño y, erguida en la cama, contaba a su marido (si no lo supiera) cómo habían tenido que empezar de la nada para volver las cosas a su estado natural. Aquella casa, hundida, vejada, donde, durante años, se había reunido lo peor de la ciudad. ¿Dónde, se preguntaba, el honor de aquel brillante soldado que se jactaba de haber tirado su sangre por la Patria? Pedro, en tanto, guardaba silencio, vuelto de nuevo, como una rutina, a la contemplación de las tablas, en las que madonna, bien peinada, el pelo rubio recogido, el manto verde, bordado el filo, se inclinaba sonriente, el Niño en los brazos, hermoso, pelirrojo, mientras el perrillo de lanas intentaba, una vez más, juguetón, quitarle el dichoso pececillo de nácar. Pedro trataba de explicarse el gesto del niño, quien sometía el pececillo a la tortura. Ella, en tanto, seguía el hilo de su vida, el cañamazo, volviendo a poner la



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