Creían que eran libres by Milton Mayer

Creían que eran libres by Milton Mayer

autor:Milton Mayer [Mayer, Milton]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1955-06-01T00:00:00+00:00


15. LAS FURIAS: HEINRICH HILDEBRANDT

¿Cómo podía saber yo, o cómo podría averiguar, cuánto habían sufrido mis amigos (si es que habían sufrido) o si habían sufrido lo suficiente? Si, como quiere la doctrina, el hombre alcanza la perfección a través del sufrimiento, ninguno de mis amigos había sufrido lo bastante, puesto que incluso yo, que los conocía de manera imperfecta, podía ver que ninguno de ellos era perfecto.

Siete de ellos esquivaron mi pregunta. Mi pregunta, que había preparado con sumo cuidado y que les había formulado de muy diversas formas durante las últimas semanas de nuestras conversaciones, era: «De acuerdo con sus conceptos del bien y del mal, ¿qué hizo usted que estuviese mal, y qué es lo bueno que usted no hizo?». De inmediato, ese instinto que erige defensas instantáneas alrededor de nuestra autoestima se activó: mis amigos, al responder, hablaron de lo que era legal o ilegal, de lo que era popular o impopular, o de lo que otros hicieron o dejaron de hacer, o de lo que fue o no fruto de una provocación. Pero, en aquellos momentos, no me interesaba ninguna de estas cosas. «¿Quién conoce el corazón secreto?». Yo intentaba conocer el corazón secreto; ya lo sabía todo acerca del Tratado de Versalles y del Corredor polaco, y de la inflación, el desempleo, los comunistas, los judíos y el Talmud.

El octavo de mis amigos, el joven Rupprecht, el líder de las Juventudes Hitlerianas, que había asumido (o fingía haber asumido) la responsabilidad soberana de todas las injusticias, de la primera a la última, de todo el régimen de Hitler, no fue más capaz de iluminarme que Herr Schwenke, el viejo Fanatiker, quien, cuando por fin, insistiendo en mi última pregunta, conseguí sacarlo de Versalles, el Corredor polaco, etc., dijo:

—Nunca le he hecho ningún mal a nadie.

—¿Nunca? —dije, solo por oírme decirlo.

—Nunca —respondió él, solo por oírse decirlo.

Pero dos de mis amigos, Herr Hildebrandt, el profesor, y Herr Kessler, el empleado de banca, me lo aclararon, a su tiempo y a su manera, sin necesidad de que les plantease la pregunta.

Según dijo Hildebrandt, el miedo y la ventaja fueron sus motivos para hacerse nacionalsocialista en 1937, una «violeta de marzo» realmente tardía.

—¿Hubo —le pregunté en otra ocasión— algún otro motivo para que se uniese a ellos?

De entrada, no respondió y luego comenzó a ruborizarse.

—Yo… —empezó, ruborizándose del todo, y luego dijo—: No, no hubo ningún otro.

Pasó mucho tiempo antes de que conociese todos los motivos que llevaron a Herr Hildebrandt a ser nazi.

—Podría haber pasado sin afiliarme —dijo más de una vez—. No sé, podría haberme arriesgado. Otros lo hicieron, quiero decir otros profesores del instituto.

—¿Cuántos?

—A ver. Éramos treinta y cinco profesores. Solo cuatro, bueno, cinco, eran nazis plenamente convencidos. Pero, de estos cinco, con uno se podía discutir abiertamente, en la sala de profesores; y solo uno era un verdadero fanático, capaz de denunciar a un colega a las autoridades.

—¿Lo hizo?

—Nunca tuvimos pruebas de ello, pero había que andar con cuidado con él.

—¿Cuántos de los treinta y cinco no se afiliaron al Partido?

—Cinco, pero no todos por los mismos motivos.



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