Crónicas de Gran Bretaña by Bill Bryson

Crónicas de Gran Bretaña by Bill Bryson

autor:Bill Bryson [Bryson, Bill]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Humor, Viajes, Sociología
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T00:00:00+00:00


15

Fui a Retford. No puedo explicar por qué. Después de mis abluciones matutinas, la suave extracción de los pañuelos de papel de mis fosas nasales hinchadas, el desayuno y el registro de salida del hotel y la larga caminata hasta la estación, era mi intención solemne y obediente ir a Norwich y de allí a Lincoln. Pero por alguna razón, tan pronto como entré en la estación y vi un mapa de la British Rail en la pared, tuve un anhelo extraño y repentino de ir a un lugar completamente nuevo, y el nombre de Retford apareció ante mis ojos.

Durante los últimos siete años, había pasado por Retford cada vez que tomaba un tren entre Leeds y Londres. Era una de las paradas principales de la línea de la costa este, pero nunca había visto a nadie subirse o bajarse allí. En mi mapa de rutas de la British Rail, Retford estaba en mayúsculas, lo que le otorgaba la misma posición tipográfica que Liverpool, Leicester, Nottingham, Glasgow y todas las demás comunidades importantes de Gran Bretaña y, sin embargo, no sabía nada de aquella localidad. De hecho, creo que ni siquiera había oído hablar de ella antes de ver su solitaria estación por primera vez desde el tren. Más que eso, nunca había conocido a nadie que hubiera estado allí o que supiera algo de la ciudad. Mi AA Book of British Towns incluía descripciones lujosas y amables de cada comunidad remota que se te ocurriera nombrar: Kirriemuir, Knutsford, Prestonpans, Swadlincote, Bridge of Allan, Duns, Forfar, Wigtown…, pero de Retford mantenía un silencio severo y misterioso. Claramente, era hora de revisar esa zona.

Así que subí a un tren con destino Peterborough y luego a otro de la línea principal norte. No había dormido particularmente bien por culpa de un sueño inquietante que implicaba a Cagney y a Lacey y al descubrimiento de que no había presentado la declaración de impuestos en los EE. UU. desde 1975 —⁠me amenazaron con entregarme a ese tipo que se quita la camisa en los créditos iniciales, así que puedes imaginarte el estado de mis sábanas cuando me desperté con un grito ahogado al amanecer⁠— y esperaba con ansia uno de esos viajes tranquilos y reconfortantes, uno de esos que los trenes británicos siempre prometen, en los que tus zapatos se convierten en pantuflas y Leon Redbone[23] te canta hasta que te duermes.

Así que, con cierta consternación, descubrí que el asiento detrás de mí estaba ocupado por Vodaphone Man. Estas personas se están convirtiendo en una verdadera molestia, ¿no? Este era particularmente irritante porque su voz era fuerte y satisfecha de sí misma, hablaba como si fuera imbécil, y sus llamadas eran claramente inútiles:

«Hola, soy Clive. Son las 10:07 y debería llegar a la sede a las 13:00 horas como se esperaba. Voy a necesitar un informe urgente sobre el escenario de Pentland Squire. ¿Qué dices? No, estoy al tanto de Maris Pipers. Escucha, ¿puedes pensar en alguna razón por la que alguien emplearía a un



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