Corazon de tinta by Cornelia Funke

Corazon de tinta by Cornelia Funke

autor:Cornelia Funke [Funke, Cornelia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Action & Aventure, SF
publicado: 2003-12-31T23:00:00+00:00


UN ESTREMECIMIENTO Y UN PRESENTIMIENTO

Sólo entonces colocó ella su libro. Y me miró.

—La vida no es justa, Bill —dijo—. Contamos a nuestros hijos que lo es, pero es una maldad. No es una simple mentira, sino una mentira cruel. La vida ni es justa, ni lo ha sido, ni lo será.

William Goldman, La princesa prometida

Dedo Polvoriento estaba sentado en los fríos escalones de piedra, esperando. Se sentía agarrotado por el miedo. De qué, ni siquiera él mismo lo sabía. Tal vez el monumento situado a su espalda le recordase demasiado la muerte. Siempre había temido a la muerte. Se la imaginaba fría, como una noche sin fuego. En cualquier caso, con el paso del tiempo casi había llegado a temerle más a otra cosa, y era a la tristeza. Desde que Lengua de Brujo lo había traído a este mundo, lo seguía como si fuese su sombra. Una tristeza que lastraba sus miembros y tornaba el cielo gris.

A su lado, el chico subía los escalones a saltos. Subía y bajaba, incansable, ligero y con expresión satisfecha, como si Lengua de Brujo lo hubiera traído derechito al paraíso. ¿Qué le hacía tan feliz? Dedo Polvoriento acechó a su alrededor; examinó las casas estrechas, de color amarillo pálido, rosa, melocotón, los postigos verde oscuro de las ventanas y los techos cubiertos de tejas de un rojo herrumbroso, la adelfa de ramas llameantes que florecía ante un muro, los gatos que rondaban por los muros cálidos. Farid se acercó sigiloso a uno de ellos, lo agarró por la piel grisácea y se lo puso en el regazo a pesar de que le hundió las garras en el muslo.

—¿Sabes lo que hacen aquí para que los gatos no se multipliquen demasiado? —Dedo Polvoriento estiró las piernas y entrecerró los ojos por el sol—. En cuanto llega el invierno, la gente mete en casa a sus propios gatos y coloca delante de la puerta escudillas con comida envenenada para los vagabundos.

Farid acariciaba las orejas puntiagudas del gato gris. En el rostro hierático del chico no quedaba ni rastro de la alegría ronroneante que lo había hecho parecer tan dichoso unos momentos antes. Dedo Polvoriento desvió deprisa los ojos. ¿Por qué había dicho eso? ¿Le había molestado la felicidad que se reflejaba en el rostro del chico?

Farid dejó que el gato se alejase corriendo y subió los escalones del monumento.

Cuando regresaron los otros dos, continuaba sentado allí arriba, sobre el muro, las piernas encogidas. Lengua de Brujo no llevaba ningún libro en la mano. Parecía tenso… y tenía los remordimientos escritos en la frente.

¿Por qué? ¿Por qué le remordía la conciencia a Lengua de Brujo? Dedo Polvoriento lo miró con desconfianza, sin saber qué buscaba. A Lengua de Brujo siempre se le notaban sus sentimientos en la cara, era un libro siempre abierto cuyas páginas podía leer cualquier desconocido. Su hija era diferente. Resultaba mucho más difícil descifrar lo que sucedía en su interior. Pero ahora, cuando se dirigía hacia él, Dedo Polvoriento creyó vislumbrar un asomo de preocupación en sus ojos, quizás incluso de compasión.



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