Contra la España vacía by Sergio del Molino

Contra la España vacía by Sergio del Molino

autor:Sergio del Molino [Molino, Sergio del]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Política, Sociología
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-02T16:00:00+00:00


4. El fin de la vida de provincias

De pocas cosas se ha publicado tanto en los últimos años como del paseo. Antonio Muñoz Molina dedicó un libro a sus caminatas, Un andar solitario entre la gente, que tuvo un minúsculo satélite en La errabunda: tratado de deambulogía ibérica, donde un grupo de autores divagábamos sobre varias ciudades y el concepto de deambulogía, acuñado por el escritor de Úbeda. Ramón del Castillo compiló las conexiones entre el paseo y la filosofía en un libro peripatético titulado Filósofos de paseo, y no paran de reeditarse clásicos como Robert Walser, Walter Benjamin, Fréderic Gros o, más reciente, Iain Sinclair. Salvo Muñoz Molina, ninguno es un superventas, pero todos calan, gota a gota, en una comunidad de lectores literarios que se sienten, sobre todo, paseantes, y cuyas vidas se acompasan al latir orgánico de las ciudades, porque la mayoría de esos paseos son urbanos. Yo mismo paseo mucho en mis libros, también aquí, porque leer, escribir y pasear son lo mismo, formas de desmadejar el pensamiento.

Horacio Oliveira se preguntaba en la primera línea de Rayuela si encontraría a la Maga, y Julio Cortázar pone a ambos personajes a dibujar mandalas y laberintos por las calles de París en paseos infinitos, que recuerdan los que Walter Benjamin daba treinta años antes por esos mismos pasajes parisinos (tan queridos también por Cortázar). De toda la impostura intelectual que supusieron las neovanguardias de la posguerra europea, tal vez sólo merezca sobrevivir la parte menos política del situacionismo, esa maravilla casi monacal que Guy Debord llamó psicogeografías. La mayor virtud de Debord fue fijarse en el paseo como una forma plebeya de habitar la ciudad. El paseo solitario y meditabundo, en que el paisaje penetra en el individuo y no al revés, es un oficio de pobres. No son ceremonias para mocitas casaderas, sino comuniones entre el yo y la ciudad. En Proust se aprecia la transición histórica entre el paseo social y el paseo íntimo. Escoger el camino de Swann o el camino de Guermantes es para el joven Marcel una cuestión tanto de protocolo como de sensibilidad intimista. Unos años después, Walter Benjamin, más pobre que las ratas que se cruzan en sus deambulaciones, pasea como una forma privadísima de conectar con la comunidad, no como un rito para destacarse en ella. Los paseantes de hoy somos más hijos de Benjamin que de Proust. No salimos a pasear para ser vistos por los demás, sino por nosotros.

Para que la epifanía deambulatoria suceda, la ciudad tiene que ser tan singular como el individuo que la pasea. Si este no encuentra nada original, ningún signo que hable del aquí y del ahora, el paseo es sólo locomotriz, no mental. Nada hay más ajeno al pensamiento y a la literatura que un no-lugar. Un aeropuerto o la habitación de un hotel que pertenezca a una cadena, idéntica a todas las habitaciones de esa cadena en todo el mundo, podrá despertar un aforismo o un par de versos, pero no abrirá las compuertas del pensamiento-río.



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