Concierto En Sí Amor by Alvaro De Laiglesia

Concierto En Sí Amor by Alvaro De Laiglesia

autor:Alvaro De Laiglesia [Laiglesia, Alvaro De]
Format: epub
Tags: humor
editor: www.papyrefb2.net


Cenicienta «ye-yé»

HE AQUÍ otra nueva versión del viejo cuento:

La habitación de Cristina era modesta. Ella misma había decorado las paredes con retratos de cantantes «ye-yés», recortados de revistas especializadas en este injerto (o engendro) que le ha salido al árbol de la música. La pieza más valiosa del mobiliario era un tocadiscos comprado a plazos, y aún no terminado de pagar, que ocupaba una mesa junto a la cama.

Aquella noche, a las diez en punto, el tocadiscos recorría por cuarta vez un microsurco grabado recientemente por una pandilla de ruidosos melenudos.

Tumbada sobre la cama, vestida pero descalza, Cristina lanzaba al techo el humo de otro cigarrillo. Había fumado mucho a lo largo de todo aquel día que pasó metida en su cuarto, sin ganas de salir ni siquiera para comer. Una preocupación creciente iba profundizando las pequeñas arrugas de su fruncido entrecejo. Y aunque esas arruguillas no conseguían afearla, ya que «Cris» era una chica muy mona, quitaban a sus facciones su encanto fresco y juvenil. Porque «Cris» sólo tenía dieciocho años; y ya se sabe que las preocupaciones, en el cutis femenino, producen el mismo efecto que la aplicación de una crema envejecedora.

Cristina seguía fumando y oyendo el disco cuando alguien llamó a la puerta de su cuarto. Pero como ella no hizo caso, los golpes se repitieron. Y por último, la puerta se abrió.

—Cris —dijo Alberto, su hermano pequeño, asomando la cabeza por la abertura.

—¡Déjame en paz! —le rechazó ella.

—Está la cena.

—Vete y cierra la puerta.

—Dice mamá que vayas a cenar —insistió Alberto.

—¡Y yo te digo que te largues! —insistió también Cris.

—Bueno, rica. Por mí, muérete si quieres.

Y el chico se fue, cerrando de un portazo.

Al acabar el disco, el aparato se detuvo automáticamente. Cristina se sentó al borde de la cama para ponerlo otra vez en marcha, pero renunció al ver que se abría de nuevo la puerta y entraba su madre.

—Cris, por favor —dijo aquella mujercita vestida de negro, con el pelo ya canoso y aspecto insignificante—. Ya estamos en la mesa, y se te va a enfriar la sopa.

—No quiero sopa —gruñó la chica, aplastando el cigarrillo en un cenicero.

—Pues es de puerros... ¿De puerros o de apio? —añadió después, dudando—. Bueno, de algo así. No estoy muy segura, pero sé que te gusta. Y algo tienes que comer. Porque hoy no has tomado nada en todo el día.

—No tengo hambre, mamá.

—Pero ¿qué es lo que te pasa? —se preocupó la madre—. ¿No te encuentras bien? Un poco de empacho, supongo. Algo que te sentaría mal... ¿Qué hemos comido últimamente?

—No me acuerdo —se encogió de hombros Cris.

—Deja que yo haga memoria... —dijo la madre, sentándose a pensar en la cama de su hija—. Pues no: tampoco me acuerdo yo. Pero en casa no ha podido ser, porque todos comemos lo mismo y estaríamos tan pachuchos como tú. Tuvo que ser algo que comiste fuera de casa.



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