Conan el invicto by Robert Jordan

Conan el invicto by Robert Jordan

autor:Robert Jordan [Jordan, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1983-01-01T05:00:00+00:00


15

Conan, que podía sostenerse en cuclillas pese a la socollada con que las largas olas que venían de frente sacudían la proa del barco, miraba a Yasbet, la cual se ejercitaba con la espada roma contra un fardo de capas y túnicas envuelto en cuero. A pesar del viento que refrescaba, el sudor empapaba el rostro de la muchacha, pero había aprendido ya diez veces más que el primer día. Todavía llevaba puesto el atuendo varonil, pero había decidido prescindir de la blusa de lana, pues aquel burdo tejido le causaba comezón. El entero contorno de sus pechos asomaba tras los lazos del justillo, y cada gesto que hacía amenazaba con romper los cordones de cuero crudo.

Al fin su brazo armado cedió a la fatiga, y la joven miró a Conan con una mirada de calculada súplica.

—Por favor, Conan, déjame que me retire a mi tienda. —Aquella tienda, un tosco armazón cubierto de mugrienta lona, había sido idea del cimmerio, para protegerla de las constantes rociadas de los turbiones y ocultar su sueño a ojos lascivos—. Por favor. Ya me duele todo.

—Llevamos mucho linimento —le dijo Conan ceñudamente.

—Huele mal. Y escuece. Además, no puedo ponérmelo yo misma por la espalda. Tal vez, si tú…

—Basta ya de reposo —le dijo Conan, indicándole con un gesto que volviera adonde el fardo.

—Esclavista —murmuró Yasbet, pero volvió a asestar mandobles al cuero con la corta espada.

Estaban ya a mitad del viaje. La costa de Hirkania se entreveía como una línea oscura en el horizonte oriental, aunque todavía tenían que virar hacia más al norte. Cada día, desde que le pusiera la sica en las manos, Conan había obligado a Yasbet a practicar, a ejercitarse desde la gris aurora hasta el ocaso purpúreo. La había sacado de entre las sábanas, le había vaciado cubos de agua en la cabeza cuando se lamentaba por el calor del mediodía, y la había amenazado con pasarla por la quilla cuando le suplicaba reposo. También le había curado y vendado las ampollas que se hacía en sus pequeñas manos, y, para su sorpresa, Yasbet parecía tomarse aquellas magulladuras como timbre de orgullo y como reto.

Akeba se acercó a Conan, mirando a Yasbet de soslayo pero con respeto.

—Está aprendiendo. Si sabes enseñar tan bien, y además a una mujer, te queremos en el ejército, para que entrenes a los nuevos reclutas que estamos alistando.

—Ella no tenía ideas preconcebidas sobre esgrima que tuviera que desaprender —le respondió Conan—. Además, hace exactamente lo que le digo.

—¿Exactamente? —Akeba rio, y enarcó una ceja. Cuando vio cómo le miraba Conan, cambió de semblante y afectó una expresión de exagerada suavidad.

—¿Todavía te atormenta el estómago? —le preguntó el joven cimmerio con buenas esperanzas.

—Mi cabeza y mis piernas ignoran ya la socollada —le respondió Akeba con forzada sonrisa.

Conan le miró sin saber muy bien qué creer.

—Entonces, quizá te gustaran unos mejillones ya no muy frescos. Muktar tiene una cubeta llena de mejillones madurados…

—No, gracias, Conan —se apresuró a responderle el turanio, con cierto rictus en los labios.



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