Con la sangre en el ojo by Alejandro Parisi

Con la sangre en el ojo by Alejandro Parisi

autor:Alejandro Parisi
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2015-01-31T23:00:00+00:00


Al parecer, el pequeño matalinyeras no se había dado cuenta de que el celular se le había caído delante de él.

—La denuncia, señor… —murmuró Domínguez.

—Ya mismo les pido a mis abogados que la retiren. Buen día, caballeros.

Saludó a Domínguez y al mismo Balestra con naturalidad, como si hubieran estado jugando a las cartas. Salió y afuera se le pegaron los guardaespaldas que lo estaban esperando en la puerta. Al ver cómo se alejaban, Balestra pensó en los peces que viven adheridos a los tiburones, alimentándose con sus sobras. Pero Domínguez no estaba para demasiadas metáforas, así que Balestra se ahorró el comentario.

—Si querés hacer beneficencia andá a Cáritas, pero te olvidás de los linyeras, ¿me entendiste? Quedate en el molde, Alvarito, yo sé por qué te lo digo.

—¿Qué sabe Álvarez Campos?

—Todo.

Balestra se había sentado, y se secaba las palmas de las manos en el pantalón.

—Vos casi que no hiciste nada, pero tenés el culo sucio. Te pueden acusar de lo que se les ocurra. Como si lo que hicimos hubiera sido una decisión nuestra… Hijos de puta, se la agarran sólo con los uniformes… No respetan a nadie. Tengo compañeros que no pueden salir a la calle porque la gente les grita cosas…

Balestra se incorporó, furioso.

—No es lo mismo.

—Vos sabrás, Alvarito. Yo sólo te aviso.

La oficina nunca antes había estado tan pulcra: hasta las macetas vacías estaban ordenadas y limpias, los pisos brillaban y el baño ya no parecía el de una estación de tren. Orgulloso, el Rengo sonreía con tres dientes en una cabeza de trapo mal cosida.

—Te están esperando —dijo, y señaló el camino como un mayordomo de comedia.

Débora estaba mirando unos muñecos hechos con papel que representaban distintos animales. Balestra creyó ver un pájaro, una mariposa y un dragón…

—¿Viste qué divinos? Los hace Antonio.

—¿Antonio?

—Yo, Alvarito —dijo el Rengo con orgullo.

Débora comenzó a reír.

—¿Por qué no me contaste que tenías un ayudante tan eficiente?

—¿Un ayudante?

El Rengo le guiñó un ojo buscando complicidad.

—Sí, Antonio, mi ayudante. ¿Vamos a comer?

—Por mí no se preocupen, estoy muerto… me voy a dormir.

El Rengo se despidió de Débora y se alejó en dirección al cuarto. Cuando se quedaron solos, Balestra dijo:

—El único linyera que hace origami y me viene a tocar a mí.

—No te quejés, el pobre tiene que venir de la calle para limpiar este chiquero.

Débora se acercó y le rodeó el cuello con los brazos.

—A las nueve tengo que estar en casa.

Balestra temía que Débora oliera algún resto de la noche pasada, sin embargo la abrazó con fuerza: como siempre, detrás de su perfume él notó un insípido olor a conductor televisivo.

Entonces, con un tono que sonaba más a tristeza que a reproche, la escuchó decir:

—Estuviste con otra. Mirate la cara de arrepentido, pobrecito. ¿Qué voy a hacer con vos, Álvaro?

Se desnudaron más rápido que otras veces. Pasaron un largo rato en la ducha, juntos, sin hablar.

Después de mucho tiempo, era el primer fin de semana que no iba al Tigre. Apenas si podía soportar la idea. Tenía ganas de conversar con alguien, pero Débora ya se había ido y el Rengo dormía encerrado en el cuarto.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.