Compañeros 04 - El Código Y La Medida by Michael Williams

Compañeros 04 - El Código Y La Medida by Michael Williams

autor:Michael Williams [Williams, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantasía
publicado: 2010-01-04T08:35:09+00:00


14 Rolde de Cerros Pardos

La aldea era un asentamiento de poco más de dos veintenas de chozas y un gran pabellón central, que se apiñaban al mismo borde del Bosque Sombrío. Daba la impresión de que surgiera de la fronda, en lugar de bordearla, de manera que era difícil distinguir dónde terminaba el pueblo y dónde empezaba el bosque. A pesar de lo avanzado de la noche, Rolde de Cerros Pardos estaba profusamente iluminado, con velas en todas las ventanas y los lugareños en las puertas y las calles portando antorchas y linternas. En otras circunstancias y con otra compañía, Sturm podría haberlo encontrado acogedor, alegre, incluso encantador, en su estilo rural. Pero esta noche, no; todo el pueblo había salido para ver a los prisioneros, y el recibimiento no era amistoso.

Sturm caminaba delante de la milicia, bajo la gélida mirada de los pobladores. Los niños estaban muy delgados. Eso fue lo primero que advirtió. Uno de ellos, y a continuación otro, se adelantaron con las manos extendidas en el tradicional gesto implorante de los mendigos, pero los adultos los hicieron retroceder reprendiéndolos con frases cortantes y secas como latigazos, en la lengua de Lemish.

Sturm frunció el entrecejo, y se esforzó por captar alguna palabra en solámnico o en Común en las conversaciones. Sólo oyó el lenguaje de Lemish, con su abundancia de vocales largas y pausas, como cuando se oye el sonido de voces en otro piso de una casa.

De vez en cuando, alguien les arrojaba cosas. Barro seco, estiércol, fruta podrida, salían volando de entre la muchedumbre y se iban a estrellar con el camino de tierra, pero había falta de entusiasmo en los ataques, y ninguno de los proyectiles llegó lo bastante cerca para hacer blanco.

Mara caminaba en silencio tras él, bajo la custodia sorprendentemente gentil de un corpulento campesino, a quien el capitán Duir llamaba Orón. El propio Duir escoltaba a Sturm, con cautela y firmeza, pero sin brusquedad.

–¿Qué están diciendo, capitán? – preguntó el joven en más de una ocasión, pero Duir no le respondió. Sus penetrantes ojos permanecían fijos al frente, donde una hoguera ardía en medio de la plaza.

Al acercarse a la enorme lumbre, dos de los guardias se separaron del grupo y condujeron a Bellota y a Luin al establo de la aldea. Sturm los siguió con la mirada hasta perderlos en la oscuridad. Donde quiera que estuviera el establo, la herrería tenía que encontrarse cerca.

–La vista al frente -ordenó el capitán Duir-. ¿Qué demonios es lo que miras tan embobado?

–La herrería -repuso Sturm mientras volvía los ojos hacia la plaza que tenía delante, donde la



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