Comarca del jazmín by Óscar Castro

Comarca del jazmín by Óscar Castro

autor:Óscar Castro [Castro, Óscar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1945-01-01T00:00:00+00:00


Todos rieron de la ocurrencia, y padre e hijo cambiaron una mirada. Era la primera que cruzaban desde hacía una semana. Pero ambos, como quien es sorprendido en delito, desviaron la vista de inmediato.

Instantes después la misma voz soltó este otro cogollo:

Don Guillermito que viva,

cogollito de poleo

dicen que un dotor no sirve

pa’ correr en un rodeo.

Esta vez las risas arreciaron. Guillito sintióse un tanto confuso ante la alusión y se rió sin ganas. Nuevamente vino hacia él el llavero de la hacienda, esta vez acompañado de algunos inquilinos. Tras ofrecerle un nuevo trago, el hombre insistió:

—¿Y usté’s ta muerto que no se pone las espuelas?

—¡Ya échele, on Guillermito! —le incitaron algunos.

Y una voz estentórea gritó de pronto:

—¡¡V’a correr don Guillermitoooo…!!

Hubo un instante de expectación y de pronto Guillito se decidió.

—Tiene que prestarme animal y traje.

—¡Qué los demoramos, pues!

Impulsado por un febril deseo de demostrar su valor, púsose las espuelas, la manta y los pantalones que le trajeron. Todo eso se efectuó tras unas matas de boldo. Aquellas prendas, que no había vuelto a usar desde su niñez, quedábanle admirablemente. El tintineo de las pesadas espuelas infiltró una desconocida pujanza en su ser. Al verlo llegar los circunstantes prorrumpieron en aplausos sonoros. El «dotorcito» se sintió el héroe de la jornada.

Cuando estaba preparándose para montar el caballo que le facilitaron, un colorado de soberbia estampa, escuchó a sus espaldas la voz de su padre:

—¡Guillermo!

—¿Qué hay, papá?

—¿Qué locura te le ha ocurrío?

—Voy a correr.

—¿Tay malo’e la cabeza vos? ¿Querís que algún novillo te fatalice?

—Creo que sé afirmarme en los estribos —replicó, decidido.

Surgía desde el fondo de su ser el huaso ganoso de hazañas, y sus gestos eran secos y cortantes.

—¡Ya, déjelo, don Sebastián, déjelo! —clamaron algunas voces.

—Ta bien. Yo te voy a servir de compañero.

—¡Eso es de hombre! ¡Viva on Sebastián!

Les abrieron calle y pasaron por entre los hombres de campo, seguidos por las aclamaciones de todos. Cuando entraron en la medialuna el griterío era ensordecedor.

Les soltaron primero una vaquilla colorada, y Guillito se le puso de inmediato al costado. El instinto del huaso, más que las advertencias del padre que lo aleccionaban desde atrás, lo guio en la carrera. Desde sus entrañas mismas partió el grito habitual de los jinetes:

—¡Ah toro lobo, toro lobo!

La quincha pasaba en vertiginosa fuga a su lado; sentía el resoplar de la res y su pierna estaba apretada entre los costillares de las dos bestias. Divisó como un relámpago la bandera roja en que debía parar el vacuno, y entonces oprimió la paletilla de este, obligándolo a detenerse en seco al ser estrellado contra la quincha. La parada había sido impecable. La vaquilla se volvió y entonces, a su vez, la cogió don Sebastián, quien la hizo desandar su camino, repitiéndose luego la suerte con idéntico resultado.

El entusiasmo se desbordó de las bocas campesinas. Todos eran vivas para el «dotorcito» y para su padre. Guillito, afuera ya, con un potrillo de mosto en la mano, los ojos brillantes, el pulso tembloroso, agradecía los elogios y los aplausos.



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