Cecilia de Marsilly by Alejandro Dumas

Cecilia de Marsilly by Alejandro Dumas

autor:Alejandro Dumas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Drama, Romántico
publicado: 1844-01-01T00:00:00+00:00


XIV

La despedida

No nos detendremos en pintar detalladamente la escena fúnebre que acabamos de indicar, y las tristes ceremonias que le siguieron. Apenas la duquesa de Lorgues y monsieur Duval supieron la muerte de la baronesa, marcharon a Hendon, cada una por su lado; y por una delicadeza, que es muy fácil de comprender, ni la duquesa llevó consigo a Enrique, ni monsieur Duval a Eduardo. Gracias a la amistad de la una, y a la mediación del otro, Cecilia halló por un lado los afectuosos consuelos de que tanta necesidad tenía; y por el otro, el apoyo indispensable en tales caso de un hombre acostumbrado a los negocios.

La baronesa fue enterrada en el cementerio del pueblo. Hacía ya mucho tiempo que ella misma había elegido el sitio que debía ocupar, habiéndole hecho bendecir por su sacerdote.

El dolor de la marquesa fue muy intenso. Amaba a su hija todo cuanto era capaz; pero su carácter no era de aquellos que se impresionan profundamente con el dolor; databa, además, de una época en que la sensibilidad era aún una excepción.

Antes de volver a Londres, monsieur Duval hizo las más amistosas ofertas a Cecilia; pero sin hablarle una palabra de los antiguos proyectos tratados entre la baronesa y él. Cecilia contestó con ese acento de gratitud que no deja lugar a la duda, que si algo tenía que pedir en algún tiempo, a nadie se dirigiera sino a él.

La marquesa y la duquesa tuvieron una larga conferencia; la marquesa manifestó en ella su decidida intención de volver a Francia. La firme voluntad de la baronesa había podido únicamente impedirle llevar a cabo aquel proyecto que tenía ya hace mucho tiempo. Nunca había podido comprender aquella confiscación de bienes, cuyas consecuencias, sin embargo, había experimentado, y creía que su procurador hallaría algún medio para deshacer aquellas ventas nacionales que hallaba enteramente ilícitas.

Dos días después del entierro de la baronesa hizo, por tanto, venir a Cecilia a su cuarto, y le anunció que se dispusiese para ir a Francia.

Esta noticia causó a Cecilia un trastorno indecible. Jamás se le había pasado por la imaginación que pudiera llegar un día en que tuviese que abandonar una aldea que había llegado a ser una patria para ella, aquella quinta en que había sido educada, aquel jardín en que había pasado sus primeros años, en medio de sus anémonas, de sus lirios y de sus rosas; aquella habitación en que su madre, ángel de dulzura, de paciencia y de pureza, había dado el último suspiro; y, en fin, el pequeño cementerio en que descansaba en el último sueño. Así es que hizo repetir por dos veces a la marquesa aquella noticia, y cuando se convenció de que no se había equivocado se retiró a su cuarto para prepararse a la revolución que iba a operarse en su vida, porque en aquella vida tan tranquila, tan pura y apacible, cualquier cambio es una revolución.

En un principio Cecilia creyó que sólo le dolía separarse de aquella aldea, de aquella finca,



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