Cautivo de las hembras Leax by Ralph Barby

Cautivo de las hembras Leax by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1979-05-31T22:00:00+00:00


CAPITULO VI

Tuvo la impresión de que levitaba, de que le habían brotado unas alas que le ayudaban a remontarse.

Se elevó y elevó, y cuando creía que su cabeza iba a chocar contra un techo, lo cruzaba como si no existiera, como si transformado en un espíritu tuviera la facultad de traspasar los cuerpos sólidos.

Se elevó hasta lo más alto de aquel altísimo minarete o cúpula que se hallaba sobre el extraño templo formado por medias esferas, colocadas una encima de otras, siendo más pequeñas cuanto más arriba estaban, y pudo ver aquella ciudad atrevida en sus líneas y en su arquitectura, una ciudad que se le antojaba fría y hostil.

Su sentido profesional y su instinto personal rechazaban aquella ciudad pese a su avanzada tecnología. Era un ecólogo y amaba la Naturaleza libre, salvaje, sin aprisionar.

Se hallaba suspendido en el aire junto a la cúspide del templo, a varios cientos de metros de altura, cuando tuvo la impresión de que perdía el poder de mantenerse en el aire.

Quiso evitar la caída agarrándose a aquella especie de cilindro que era el minarete, mas sus dedos no encontraban adonde asirse y caía y caía cada vez con más velocidad, una velocidad que aumentaba progresivamente.

—¡ Aaaaaah! —gritó, desprendiéndose de la pared.

La muerte por aplastamiento era ya segura; sin embargo, al llegar al suelo, no se quebrantaron sus huesos, no se deshicieron sus órganos. Traspasó el suelo y se hundió, cayendo en una profunda sima que se había abierto bajo él.

Aquella caída hacia las profundidades después de haberse elevado tanto, no parecía tener fin y era tan acelerada, estaba rodeado de tanta oscuridad, que no tenía capacidad suficiente para pensar ni razonar sobre Io que le estaba ocurriendo. Bruscamente, llegó al fondo.

Contra lo que había esperado, cayó sobre un inmenso colchón blando y suave mientras escuchaba cuchicheos en derredor. Relámpagos de luz le cegaron momentáneamente; eran relámpagos amarillos, azules, verdes, rojos, cambiaban de color.

—Jaria —llamó, sabiéndose rodeado de mujeres del imperio de Leax.

—Demuestra tu poder, terrícola.

—Jaria...—repitió.

—Realza tu vigor —le ordenaba una voz cargada de sensualidad mientras otras voces femeninas cantaban.

Se levantó sobre aquel colchón en el que parecía tener dificultades para mantenerse en pie; era como si caminara encima de una nube.

Una mujer apareció ante él nítida y sensual, muy atractiva en su completa desnudez.

—Orbia...

Ella se le acercó hasta tocarle el torso velludo con sus pechos altos y turgentes, de pezones erectos cargados de vida.

—¿Dónde está Jaria? —preguntó.

Notó las manos de ella que recorrían su cuerpo palpándolo, acariciándolo. Quiso apartarse de sí, pero terminó ciñéndola por la cintura.

Cayeron juntos y una agradable y excitante nube perfumada les envolvió. Sus instintos sexuales se desataron mientras su cerebro se llenaba de deseo, de color, de olor. Gozó el amor con Orbia y rodó a un lado y a otro hasta quedar extenuado, rugiendo.

Sus deseos de placer sexual no habían concluido, no parecían saciados. Cuando se volvió, halló junio a él el cuerpo bello y virgen de otra súbdita del imperio de Leax.

—Orbia... No, no eres Orbia, eres, eres Zacia, sí, Zacia.



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