Canto de dolor, no repitan la canción by Alex Brocca

Canto de dolor, no repitan la canción by Alex Brocca

autor:Alex Brocca [Brocca, Alex]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2000-04-23T00:00:00+00:00


CAPÍTULO IV

LA FAMA AHOGÓ NUESTRO AMOR

PA CHULA RUPERTA ES EL GRAN JALE DEL CANAL DE LOS ARTISTAS, rezaban las primeras planas cuando Hernán aún laboraba en esa olla de grillos. Aunque lo negara, se le habían subido los humos porque sabía que pronto, dentro de algunos meses, iba a reírse en la cara de esa gente que no hacía más que comer carroña, y que con bombos y platillos se había pasado al otro canal, donde ya se creían las grandes estrellas, cuando no sabían que Hernán estaba alistándose para ir con programa propio al dichoso canal. Lógicamente que astuto, como era, Hernán permaneció huyendo de la prensa para que no le jalaran la lengua, ya que el mal agradecido se atrevió a rejurar que iba a continuar en el canal que le dio la gran oportunidad de su vida antes que pasar al canal de la competencia, cuando bien que había firmado ya un contrato privado, donde dejaba claro que en cuanto culminara su contrato con La Salsa de la Risa iba a pasarse a las filas del Canal de los Artistas. Hasta le dieron la jugosa suma de doce mil dólares para asegurar el contrato, más un adicional de tres mil dólares que al final le agregaron para que no se le ocurriese rescindir el contrato.

Con ese dinero, lo primero que se le ocurrió fue alquilar un buen departamento en Miraflores, frente al Hotel María Angola. Nuevamente fuimos a comprar mil chucherías en Tacora para decorar ese departamento; compró nuevos muebles y procuró vivir con la decencia que exigían su popularidad y billetera, que ya andaba recargada. Por esos días no solo anduvo misterioso con la prensa, sino también conmigo. Prefería llamar a nuestro buen amigo Charles para sus salidas. Luego descubrí, a través del periódico, el misterioso motivo. LA CHULA ANUNCIA PRODUCCIÓN MUSICAL, decía en un titular de un diario que llegó a mis manos. Me revolvió el hígado; mientras yo me desvivía como un fiel chupe, él hacía planes de lanzarse como cantante y hasta ya había grabado algunos temas. El solo hecho de habérmelo ocultado era una prueba evidente de su egoísmo. Él sabía que yo moría por cantar, pero eso le importaba un pepino, la única estrella tenía que ser él. Eso me dolió tanto que cuando volvió a casa lo mandé al infierno. Pero daba la impresión de que lo que él quería era que de una buena vez desapareciera de su vida. Sin ningún asco dijo: «Lárgate, que estás sobrando en mi vida. Tú no mandas ni mandarás en mi vida. No eres mi dueño, así que puedes seguir la flecha… y recoge todas tus porquerías», —Seguir en su casa después de lo que me había hecho era no tener dignidad ni amor propio. Tomé mis cosas y me busqué un cuarto: juré nunca más volver a su lado.

Para mi desgracia, por esos días ya estaba sin trabajo, y, extrañamente, ni siquiera Arni Olano, que con el tiempo hizo muy buenas migas con Hernán, pudo darme trabajo alguno, y Calín menos.



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