Cantar de Ruodlieb by Anónimo

Cantar de Ruodlieb by Anónimo

autor:Anónimo [Anónimo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poesía, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1030-01-01T00:00:00+00:00


VII

De cómo el pelirrojo se fue a alojar en casa del hombre viejo mientras que Ruodlieb se hospedó en casa del hombre joven, y de los lances que sucedieron en cada casa

El buen anfitrión cortó el pan y lo repartió entre todos, y les tocó compartir la carne distribuida en seis mesas. Después de que todos se regocijaron por haber hecho el camino sanos y salvos, dijo finalmente el anfitrión de Ruodlieb:

«Cuando Cristo me envía a alguien a mi casa, entonces yo y los míos hemos de celebrarlo como si fuera Pascua, y así también esta noche, en la que nos regocijamos por vos, caballero. Tengo para mí que lo que venga de vos es el Señor quien lo envía».

En seguida le sirvió una pieza de costillar y una pata que había partido en pequeños pedazos, como sacramentos, y que repartía entre todos sus criados. Luego que tanta comida cocida y asada se hubo presentado ante el señor, la bebida se vertió en copas[43] de excelente madera de nogal, el mejor vino y el hidromiel con pimienta, en copas adornadas con dos pares de ríos de oro. La diestra de Dios estaba grabada en la base de las copas, que eran, por cierto, regalo de un noble que se había hospedado en aquella casa. Empero, nunca había gustado de ellas el señor, sino cuando se las ofrecía el huésped a quien se agasajaba, y solamente servían a este propósito. Acabada la cena, y después de beber agua, se trajo más vino. El señor bebió y ofreció al huésped. Éste, sin embargo, lo ofreció primero a la señora y a continuación bebió. Entonces se levantó Ruodlieb de la mesa y se acostó durante un momento. Y sólo así, recostado, se puso a pensar en la manera de agradecer a aquel hombre su hospitalidad. Finalmente, a la señora le regaló de improviso su capa, de tal forma que pudiera ir a la iglesia arropada en ella.

Pero no perdamos de vista lo que hacía, entre tanto, el pelirrojo. Comoquiera que el caballero hubiese elegido entrar en aquella casa, en la que había hallado tanta ventura, le preguntó el pelirrojo:

«Pero ¿por qué habéis ido a la casa de esa vieja mona?».

Y el caballero respondió:

«Ven conmigo y quizás te alegres después de haberlo hecho. He hallado cuanto quería, y en verdad tú tendrás lo que andas buscando».

Entonces los criados se quedaron en pie junto a la puerta de aquella casa e hicieron varias reverencias, y muchos que estaban junto al pelirrojo le aconsejaron que no abandonase la compañía de Ruodlieb, pues no la encontraría mejor en ninguna parte. Pero aquel, con desdén, se marchó, corriendo a toda prisa, a la casa de la que dijo ser su «sobrina» donde no le esperaba sino un mortífero hado.

Halló los portones de la casa del viejo señor bien cerrados y al otro lado, frente a él, estaban en pie el propio señor y sus dos hijos. Entonces el pelirrojo llamó a la puerta con grandes golpes diciendo:

«¡Abridme cuanto antes, no me dejéis fuera!».



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