Campos de sangre by Karen Armstrong

Campos de sangre by Karen Armstrong

autor:Karen Armstrong [Armstrong, Karen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Espiritualidad, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2013-12-31T16:00:00+00:00


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Estas invenciones políticas y sociales exigieron una nueva comprensión de la palabra religión[133]. Una de las características del pensamiento moderno en su primera etapa era una tendencia a asumir contrastes binarios. En un intento por definir el fenómeno con más exactitud, las categorías de la experiencia que antes fueron inherentes unas a otras, ahora se enfrentaban: fe y razón, intelecto y emoción, e Iglesia y Estado. Hasta entonces, los mundos «interno» y «externo» habían sido complementarios, pero ahora la religión pasaba a ser un compromiso privado, interiorizado e independiente de actividades «exteriores» como la política. Los protestantes, cuya reinterpretación del cristianismo era en sí misma producto de la primera modernidad, definieron la religión y crearon una agenda a la que debían adaptarse otras tradiciones de fe. Esta nueva definición reflejaba los programas de los nuevos Estados soberanos, que relegaban la religión a la esfera privada.

Una figura fundamental en esta evolución fue lord Edward Herbert de Cherbury (1583-1648), que no solo era filósofo, sino también un estadista comprometido con el control estatal de los asuntos eclesiásticos. En su obra más importante, De veritate, que influyó en filósofos tan destacados como Hugo Grocio (1583-1645), René Descartes (1569-1650) y John Locke (1632-1704), afirmaba que el cristianismo no era una institución ni una forma de vida, sino un conjunto de cinco verdades innatas en la mente humana: 1) que existe una deidad suprema; 2) que debe ser reverenciada; 3) que debe ser servida con una vida ética y una piedad naturales; 4) que los seres humanos han de rechazar el pecado; y 5) que serán premiados o castigados por Dios después de la muerte[134]. Los rituales y la guía de una Iglesia eran innecesarios porque estas nociones son instintivas, manifiestas y accesibles a la inteligencia más humilde[135]. Sin embargo, estas «verdades» resultarían muy extrañas para los budistas, hindúes, confucianos o taoístas, y muchos judíos, cristianos y musulmanes también las encontrarían singulares. Herbert estaba convencido de que «todos los hombres estaban unánimemente predispuestos a esta austera adoración de Dios», y puesto que todo el mundo estaría de acuerdo en «estas muestras naturales de fe», serían la llave de la paz; los «espíritus insolentes» que se negaran a aceptarlas debían ser castigados por la magistratura secular[136]. El énfasis en el carácter «natural», «normal» e «innato» de estas ideas fundamentales implicaba que aquellos que no las descubrían en su mente eran en cierto modo antinaturales y anormales: una oscura corriente emergía en el temprano pensamiento moderno. Por lo tanto, esta extremada privatización de la fe tenía el potencial para llegar a ser tan cismática, coercitiva e intolerante como las presuntas pasiones religiosas que intentaba abolir.

Thomas Hobbes (1588-1679) también consideraba el control estatal de la Iglesia como esencial para la paz y quería que un monarca poderoso dominara la Iglesia y reforzara la unidad religiosa. Monárquico comprometido, escribió su clásico Leviatán (1651) en el exilio de París después de la Guerra Civil inglesa. Las perjudiciales fuerzas de la religión, sostenía Hobbes, han de ser dominadas tal como Dios sometió a Leviatán, el bíblico monstruo del caos, para crear un universo ordenado.



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