Campanadas de muerte by C. Fitzsimmons

Campanadas de muerte by C. Fitzsimmons

autor:C. Fitzsimmons
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2019-05-25T22:00:00+00:00


CAPÍTULO XII

Cuando desde la Municipalidad Stryke vio que Libby se alejaba en compañía de Percy, sintió celos. Un resentimiento lento venía posesionándose de él, y de repente estalló al preguntar:

—Bueno, ¿cuándo me encarcelan?

—No se exprese de esa manera, Stryke —aconsejó amablemente Caleb.

—¿Y qué quiere que haga? —le replicó ásperamente.

—Necesitamos, por el contrario, un poco de cooperación —contestó Black con suavidad—. Mis oficiales se están preocupando de continuo en sacar impresiones digitales en todas partes donde sea posible. Estamos esforzándonos en la medida de lo humano para tratar de identificar al criminal, y puede creer que haremos todo lo posible para ayudar a una persona inocente. Las circunstancias se han presentado adversas para usted, pero a la vez puede ayudarnos a demostrar su inocencia. Lo que nos hace falta ahora es sacar sus impresiones digitales. Si es inocente, me imagino cómo se sentirá afectado, pero debo reconocer que no puede quedar al margen de las diligencias rutinarias en épocas de crímenes, y usted no tiene ninguna prerrogativa en tal sentido.

—Muy bien, supóngase que yo hubiera dado muerte a Eve Knight. ¿Qué razón podría tener de querer matar a Sidney Stone? Él les relató todo lo que sabía antes de fallecer.

—En cuanto a eso, no estoy del todo seguro —respondió con amabilidad Caleb.

—¿Qué pretende sugerir con eso? —interpeló Stryke.

—No sé qué contestarle, puesto que yo mismo me encuentro desorientado —admitió Caleb.

Se encaminaron luego a la oficina de Caleb, donde los empleados de Black procedieron a sacar las impresiones digitales de Stryke.

—Voy a regresar al Departamento Central y quiero llevar conmigo las fotografías y las impresiones digitales —explicó Black—. Entretanto, voy a dejar a dos oficiales de guardia aquí, uno de ellos en el mirador y el otro en la iglesia. Cuando haya confrontado todo, volveré. Entretanto le aconsejo que vuelva usted a su hogar, y quédese quieto allí, hasta que lo mandemos llamar. Trate de evitar a la gente, y, sobre todo, no haga comentarios con nadie.

—El problema es que no tengo hogar ahora que falta ésta —recordó Stryke.

—No importa; vuelva a casa de miss Nellie, donde antes vivía. Yo asumiré la responsabilidad de haberlo mandado allí, y si no logramos encontrarle hospedaje en alguna otra casa, solicitaré a Cora Tucker que se haga cargo del cuidado de la casa de Nellie hasta tanto ella regrese. No se aflija por eso, y siga al pie de la letra las instrucciones que le ha impartido Black —ordenó Caleb.

—Sobre todo recuerde bien mi advertencia de no hacer comentarios —intercaló Black.

—En efecto; se están haciendo demasiados comentarios —interpuso Caleb en un todo de acuerdo.

Lo acompañaron hasta la puerta de salida, retrocediendo Stryke al recoger algunas opiniones emitidas por la multitud allí reunida.

—Ahí está el criminal —gritaban—, y, sin embargo, no parece estar arrestado.

—Debiera estarlo —respondió uno con indignación.

—¡Qué buen mozo es!

Se ruborizó Stryke al oír esta observación, que salía de boca de una niña.

—Mantenga su aplomo, hijo, no se altere —aconsejó Caleb palmoteándole la espalda.

Reaccionando, Stryke se cuadró, y con la cabeza erguida cruzó por entre la multitud como si no hubiera nadie.



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