Calavera de Borrico y otros cuentos populares by José Antonio del Cañizo

Calavera de Borrico y otros cuentos populares by José Antonio del Cañizo

autor:José Antonio del Cañizo [Cañizo, José Antonio del]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1988-11-15T00:00:00+00:00


Entonces nuestro hombre arremetió contra aquellos espléndidos manjares. Y cuando los terminó salió del castillo tambaleándose, con la mesita bajo el brazo y diciendo adiós con la otra mano a sus simpáticos anfitriones.

Y andando, andando, e hipando, hipando, se fue a su casa.

* * *

Su mujer y sus hijos, que tenían un hambre feroz, le estaban esperando desde hacía horas en la puerta de su casa. Desde cierta distancia, el grupo parecía totalmente una manada de lobos al acecho en la estepa siberiana. Esperaban verle aparecer con una buena carga de leña, para correr a venderla y comprar algo de comer.

¡Y le vieron llegar con un ovillo rojo en una mano y una mesita desvencijada bajo el brazo!

—¡Madre, por allí viene padre con una mesa!

—¡Una mesa! ¡Una mesa! ¿Y qué vamos a hacer con una mesa si nunca tenemos nada que poner encima? —gritó ella.

—¡Y trae un ovillo!

—¡Y no trae nada de leña!

—¡Señor, Señor! ¡Este hombre me va a matar a disgustos!

Y llegó el padre tan contento con su mesa, y dijo:

—¡Sentaos a la mesa!

—Pero si no hay nada… —dijo la hija mayor.

—Que os sentéis…

—¡Pues yo no me siento! —Se rebeló la madre.

—Que os he dicho que os sentéis a la mesa —insistió él con mucha paciencia.

Y después de mucho insistir y de tener que dar un puñetazo en la mesa, que por poco la hunde, se sentaron todos alrededor, lloriqueando y protestando.

Y entonces dijo, de repente:

—¡Mesita, componte!

Y la mesa se cubrió de manjares suculentos y apetitosísimos: pavos, lechoncitos, cigalas, percebes, frutas, dulces, y de todo lo mejor de lo mejor.

Sin salir de su asombro, pero sin preguntar nada siquiera, se echaron todos encima como leones y comieron como bestias durante mucho rato.

Y así hicieron una vez al día. Tal como le había aconsejado al leñador la anciana giganta, vendían las cuberterías. Y con ese dinero compraban ropa y zapatos y todo lo que necesitaban, y arreglaban la casa.

Los chicos y los padres empezaron a engordar y a engordar, y a tomar muy buen color, y a estar felices y contentos.

Y la comadre rica le dijo a su marido:

—¿Tú has visto cómo están los chicos de la comadre pobre? ¡Reventando, de gordos y colorados que están! Y el compadre y la comadre, ¿tú has visto lo elegantes que van? ¿Te has fijado en cómo visten? ¿Y las cosas que no paran de comprar?

—Pues estupendo, mujer; déjalos, pobrecillos. ¡Bastante han pasado! Se conoce que ya les van mejor las cosas. ¡Que lo disfruten!

Pero la comadre rica seguía dándole vueltas al asunto.

—¿Pero cómo puede ser que cortando leña puedan vivir así de bien? ¡Ellos, que siempre comían de lo que la comadre venía a pedir aquí!

Y su marido le contestaba:

—Déjalos en paz, mujer. A ella la echaste de casa diciéndole que no volviera más, por no querer darle ni un pedazo de pan siquiera. Y ahora que se valen por sí mismos ¡no paras de dar la lata!

Ya se estaba cansando de las manías de su mujer. Porque el buen hombre era



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