Botchan by Natsume Sōseki

Botchan by Natsume Sōseki

autor:Natsume Sōseki
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Clásico
editor: IMPRENTA
publicado: 1906-06-01T05:00:00+00:00


7

Decidí abandonar la pensión esa misma noche. Mientras hacía el equipaje, la casera entró en la habitación y me preguntó qué ocurría. Me dijo que si había algo que no me gustara, lo solucionarían. Me dejó perplejo. ¡Es difícil imaginar que haya gente tan incoherente en el mundo! ¿En qué quedaban? ¿Querían que me fuera, o que me quedase? ¡Estaban como cabras! Discutir con semejante chusma era un deshonor para alguien de Tokio, así que salí a buscar un rickshaw para recoger mis cosas y salir lo antes posible.

Una vez en la calle, la verdad es que no sabía adónde ir.

—¿Dónde quiere que le lleve? —me preguntó el conductor del rickshaw. Yo no sabía qué decirle.

—Sígame en silencio, y ya lo iremos viendo…

Empecé a caminar y el cochero me siguió, mientras tiraba del rickshaw. Lo primero que pensé fue en volver a la posada Yamashiro, pero se trataba de una solución provisional y tendría que volver a hacer otra mudanza pronto, con las consiguientes molestias. Mientras caminaba, buscaba algún cartel que dijera: «Se alquila habitación». Esperaba que el destino me mostrara alguna señal. Dando vueltas, pasamos por una zona de calles tranquilas, y al final entramos en la zona de Kajiya-cho. Se trataba de un barrio de grandes mansiones de samuráis, por lo que era poco probable que encontrara alguna pensión en aquel lugar. Estaba a punto de volver a una zona más céntrica y menos residencial cuando de repente tuve una idea. Recordé que el Calabaza vivía en aquel barrio. Según me había dicho, su familia había vivido allí durante generaciones, así que seguro que conocía bien la zona. Lo más probable era que me diera buenos consejos si me acercaba a su casa a preguntarle. Afortunadamente, le había hecho una visita poco antes, y recordaba dónde estaba su casa, así que pude encontrarla sin gran dificultad. Me dirigí a la puerta y llamé dos veces:

—¡Hola, hola! —exclamé.

No tardó en salir una mujer de unos cincuenta años que empuñaba una vieja linterna de papel. No es que no me gusten las mujeres jóvenes, pero la cercanía de una mujer mayor me conforta. Quizá es que me siento tan bien con Kiyo que proyecto ese sentimiento en cualquier mujer mayor. Se trataba de una mujer de aspecto digno, con el pelo corto, como el de las viudas, recogido en la nuca. Como sus rasgos eran muy similares a los del Calabaza, asumí que era su madre. Tras presentarme, me invitó a entrar cortésmente, pero le dije que solamente había venido a preguntar algo a su hijo. Lo llamó, y cuando el Calabaza bajó le expuse rápidamente mi situación y le pregunté si podía ayudarme. Me dijo que en efecto se trataba de un problema, y se quedó pensativo durante un buen rato. Luego pareció recordar algo y me dijo que había una pareja de ancianos, los Hagino, que vivían en la calle de atrás, y que alguna vez le habían preguntado si conocía a alguien de confianza para alquilarle una habitación que tenían vacía.



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