Boda macabra by Margaret Millar

Boda macabra by Margaret Millar

autor:Margaret Millar [Millar, Margaret]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1942-09-15T00:00:00+00:00


OCHO

Cuando el joven llegó al primer piso, Aspasia estaba de pie en el pasillo. Al verlo, la vieja palideció.

—¡Jackson! —exclamó ella—. ¡Jackson!

Uno de sus tiesos rizos blancos se había soltado sobre la cima de su cabeza, y balanceábase sobre su frente, dándole aspecto licencioso a la dama.

—¿Ha sucedido algo, Jackson?

Jackson bajó la mirada hacia ella, y le sonrió casi con afecto. El joven sonreía sólo porque la consideraba una mujercita débil y tonta a la que nada importante sucedía, nada como hallar a un hombre con tres ojos.

—Me temo que sí, señorita O’Shaughnessy —contestó él—. Será mejor que vaya usted a su alcoba.

Aspasia empujó el rizo de su frente. Parecía estar a punto de replicar con agudeza, pero en vez de ello, habló tristemente.

—Oh, Jackson, la gente vive diciéndome que me vaya a mi alcoba. Por favor, dime qué ha pasado.

—Alguien murió —contestó Jackson.

—Jane —susurró Aspasia—. Se lo dije…, la previne…

—No se trata de la señorita Stevens —repuso Jackson y pasó frente a la vieja dama. Cuando llamó a la puerta de la biblioteca, se volvió a mirar y observó a Aspasia subiendo al otro piso, apoyándose del pasamano, mientras movía los pies lenta y dolorosamente.

“Pero, si es muy vieja”, pensó Jackson sorprendido. “Es bastante vieja”. El joven empezaba a sentir la cabeza aligerada, no sabía por qué, y una risa ahogada trataba de subir desde su estómago. El señor Williams estaba muerto y la señorita Aspasia era vieja, y Jackson era muy joven y estaba vivo.

La puerta se abrió.

—El señor Williams está muerto, inspector —dijo Jackson—. Está en el cuarto del billar y tiene un balazo en la frente.

—Está bien —repuso Sands—. Está bien.

Jackson lo miró fijamente. “Por Dios”, pensó él, “¡estamos fritos! Asesinan a alguien y la ley dice: «Está bien». ¡Qué cosa!”.

Sands cruzó el pasillo con rápidos pasos. No quería ver el cadáver del señor Williams, pero no dejó de mover los pies rápidamente mientras bajaba las escaleras y entraba en el cuarto del billar.

Ahora el lugar estaba bastante obscuro y Sands buscó a tientas el interruptor de la luz. Se encendieron las luces del techo, de pantalla verde, y el señor Williams apareció claramente entre el resplandor. Sands se acercó a él y le tocó la mejilla. Estaba caliente, pero no tanto como debiera.

Sands reparó en que un fuego había estado encendido en la chimenea. El señor Williams estaba sentado a cierta distancia de aquélla. El calor que despedía la chimenea no habría podido mantenerlo a la temperatura que tenía; por lo tanto, Sands opinó que había muerto recientemente.

“Mientras yo estaba allá arriba alguien tuvo la osadía de matarlo. Mientras yo estaba allá arriba”.

Algo de su ira cayó sobre el señor Williams. “Fue su culpa. Fue por su propia culpa”, masculló Sands.

Le habían disparado a corta distancia, pensó Sands. Había señales de pólvora alrededor de la herida. Había muerto instantáneamente, casi antes de sangrar, y la pistola había sido disparada por alguien a quien él conocía, alguien que había estado frente a la silla donde él descansaba cómodamente, después de un juego de billar.



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