El cuaderno de Maya, Isabel Allende by Isabel Allende

El cuaderno de Maya, Isabel Allende by Isabel Allende

autor:Isabel Allende
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2011-06-13T16:00:00+00:00


Invierno

Junio, julio, agosto

Capítulo 3

Si me hubieran preguntado hace unas pocas semanas, cuál fue la época más feliz de mi vida, habría dicho que ya pasó, fue mi niñez con mis abuelos en la casona mágica de Berkeley. Sin embargo, ahora mi respuesta sería que los días más felices los viví a fines de mayo con Daniel y si no sucede vina catástrofe, volveré a vivirlos en un futuro próximo. Pasé nueve días en su compañía y en tres de ellos estuvimos solos en esta casa con alma de ciprés. En esos días prodigiosos se me entreabrió una puerta, me asomé al amor y la luz me resultó casi insoportable. Mi Popo decía que el amor nos vuelve buenos. No importa a quién amemos, tampoco importa ser correspondidos o si la relación es duradera. Basta la experiencia de amar, eso nos transforma.

A ver si puedo describir los únicos días de amor de mi vida. Manuel Arias se fue a Santiago en un viaje apresurado de tres días por un asunto de su libro, dijo, pero según Blanca fue al médico a controlar la burbuja en su cerebro. Yo creo que se fue para dejarme sola con Daniel. Estuvimos completamente solos, porque Eduvigis no volvió a limpiar después del escándalo del embarazo de Azucena, quien seguía en el hospital de Castro, convaleciendo de una infección, y Blanca les prohibió a Juanito Corrales y Pedro Pelanchugay que nos molestaran. Estábamos a fines de mayo, los días eran cortos y las noches largas y heladas, el clima perfecto para la intimidad.

Manuel partió a mediodía y nos dejó la tarea de hacer mermelada de tomates, antes de que se pudrieran. Tomates, tomates, más tomates. Tomates en otoño, dónde se ha visto. Se dan tantos en el jardín de Blanca, y son tantos los que nos regala que no sabemos qué hacer con ellos: salsa, pasta, tomates secos, en conserva. Mermelada es una solución extrema, no sé a quién le puede gustar. Con Daniel pelamos varios kilos, los partimos, les quitamos las pepas, los pesamos y los pusimos en las ollas; eso nos tomó más de dos horas, que no fueron perdidas, porque con la distracción de los tomates se nos soltó la lengua y nos contamos muchas cosas. Agregamos un kilo de azúcar por cada kilo de pulpa de tomate, le echamos un poco de jugo de limón, lo cocinamos hasta que espesó, más o menos veinte minutos, revolviendo, y enseguida lo pusimos en frascos bien lavados. Hervimos los frascos llenos por media hora y, una vez sellados y herméticos, quedaron listos para cambiarlos por otros productos, como el dulce de membrillo de Liliana Treviño y la lana de doña Lucinda. Cuando terminamos, la cocina estaba oscura y la casa tenía un olor delicioso de azúcar y leña.

Nos instalamos frente a la ventana a mirar la noche, con una bandeja de pan, queso mantecoso, salchichón enviado por don Lionel Schnake y pescado ahumado de Manuel. Daniel abrió una botella de vino tinto, sirvió una copa



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