Becket o El honor de Dios by Jean Anouilh

Becket o El honor de Dios by Jean Anouilh

autor:Jean Anouilh [Anouilh, Jean]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1958-12-31T16:00:00+00:00


TELÓN

ACTO SEGUNDO

Una sala del Palacio del Rey.

(En escena la Reina Madre y la Reina, esposa del Rey, bordan tapices en grandes bastidores. Los dos hijos del Rey, en un rincón. El Rey, entretenido con el bilboquet. Falla dos golpes. Lo tira a un lado y grita.)

EL REY.— ¡Cuarenta pobres! ¡Ha invitado a cuarenta pobres a cenar!

REINA MADRE.— Es un extravagante. Siempre te dije que habías colocado muy mal tu confianza.

EL REY.— ¿Qué sabes tú? Tomás es más inteligente que todos nosotros juntos.

LA REINA.— ¿Eh? ¡Somos la familia real!

EL REY (Entre dientes).— Pues por eso. (Pausa.) ¡Cuarenta pobres! Debe haber alguna explicación. Lo sabremos enseguida. Falta poco para que llegue. Le he convocado con urgencia para hoy por la mañana.

LA REINA.— Parece ser que ha vendido la vajilla de oro y toda su ropa a un judío. Y dicen que va vestido con un humilde hábito de fraile.

REINA MADRE.— Se puede llegar a santo, ¡pero no en un día! Hasta eso lo hace por ostentación.

EL REY.— Va a ser todo una burla. Sí. Al final resultará que se ha querido burlar de nosotros.

REINA MADRE.— Jamás le tuve el menor afecto. Fuiste un loco en darle tanto poder.

EL REY.— ¡Es mi amigo!

LA REINA.— Es el amigo de tus correrías, de tus depravaciones. Por culpa de él has dejado de cumplir tus deberes conmigo.

EL REY (Furioso).— ¿Mis deberes contigo? ¿Y los tres hijos que te he dado? He cumplido con mi deber tres veces por lo menos.

LA REINA (Ofendida).— Cuando dejes de estar bajo la influencia de ese hombre nefasto, te refugiarás en el seno de la familia.

EL REY.— ¿Queréis que sea sincero? Me aburro con vosotras. Estoy harto de los eternos cuchicheos y maldades, que volcáis sobre todo el mundo, por encima de vuestros bordados y tapices. (Se coloca detrás de los bastidores.) Que además ¡son horrendos! ¡Ni para esto tenéis habilidad!

LA REINA.— Cada cual hace lo que sabe.

EL REY.— Vosotras, por lo que se ve, muy poco. (Va a la ventana.) ¿Irá atrasado el cuadrante solar?

REINA MADRE.— Para eso sería necesario que se atrasase el sol.

EL REY (Grita, desesperado).— ¡Entonces es él quien se retrasa! Hace un mes que no le veo. Le doy licencia para que después de su nombramiento vaya en viaje pastoral. Llega al fin. Le llamo ¡y se retrasa en venir! (Mira por el ventanal.) ¡Eh! No. No es él. (Se acerca a los niños.) ¡Encantadora prole! ¡Hombres en granazón! ¿Cuál de vosotros es el mayor?

EL MÁS ALTO (Se levanta).— Yo, señor.

EL REY.— ¿Cómo te llamas?

EL MÁS ALTO.— Enrique III.

EL REY.— ¡Ehhh! Cuidado, que el segundo se encuentra muy bien de salud. (Mira a la Reina.) Bonita educación. Te crees ya la Regente, ¿no?

(Entra un soldado.)

SOLDADO.— Un mensajero del Arzobispo Primado, señor.

EL REY.— ¿Un mensajero? ¿Un mensajero? He convocado al Arzobispo en persona. (Se vuelve hacia las mujeres; cambia el tono.) Puede que esté enfermo.

REINA MADRE (Agria).— ¡Sería demasiado hermoso!

EL REY.— ¡Cuánto os gustaría verle hecho pedazos! ¿No? A lo mejor se realizan vuestros deseos. Si no viene es que le habrá pasado algo… ¡Becket! (Al soldado.



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